La estancia en la corte para mis compañeros fue más liviana a partir de aquel suceso, dejando de patrullar con tanta frecuencia, atendiendo labores más administrativas a la par que conociendo sus nuevos cargos. En uno de ellos me permitieron acompañarles, les había sido encomendada la tarea más importantes de las que hasta ahora habían tenido, colaborarían en la custodia de Rosoku, el descendiente de Shinsei.
En su vuelta desde tierras lejanas había traído consigo no solo el conocimiento de Shinsei si no que había establecido cinco pruebas para encontrar a los portadores dignos de custodiar los libros de los elementos.
Los desafíos como fueron escritos en los edictos fueron los siguientes:
El Libro de Aire será otorgado a aquel erudito que pueda contener un mil años de aprendizaje en un único pergamino.
El Libro de la Tierra será otorgado al forjador que consiga elaborar un casco lo suficientemente fuerte como para destruir un mil hojas.
El Libro del Fuego será otorgado al guerrero que pueda derrotar a un millar de enemigos en un solo trazo.
El Libro del Agua se adjudicará al general que pueda conducir sus ejércitos de un extremo a otro de Rokugan en una sola noche.
El libro de Vacío se adjudicará al sabio que pueda realizar una tarea superior a las otras cuatro cosas juntas.
El alma verdaderamente iluminada que pudiera completar las cinco tareas se convertirá en el guardián de los Cinco Anillos.
Poco podría decir de aquel hombre sin llegar a ofender a aquel que tiene entre sus manos estos papeles, pues tu condición todavía te impide comprender. Por el momento solo diré que una tarea encomendó, con parte de visión y mucha temeridad. Los allí presentes teníamos una cita pendiente, en el borde del espinazo del mundo, a la sombra de aquellas montañas alguien privado de la vida tiempo atrás nos esperaba.
El temor de que aquel culto fuese real y que a través de algún medio pudiese haber regresado no me dejaba tranquilidad en aquel viaje, agitándome cada vez más.
Antes de dirigirnos allí Jubei tenía un viejo asunto que atender, de camino. En un pequeño poblado nos detuvimos en la caseta de magistrados cuando nuestro compañero solicitó ver al magistrado de la zona. El Karma actúa de formas muy diferentes. En aquel pueblo, hace mucho tiempo Jubei tuvo un enfrentamiento con uno de los magistrados de la zona, el cual haciendo caso de un Yoriki corrupto estuvo a punto de ajusticiar a un inocente. La justicia del grulla calló sobre dicho Yoriki, terminando su vida oficialmente en Seppuku honorablemente, sin carreras por su vida y suplicando clemencia antes de ser ajusticiado. Cuanto difiere la realidad a la visión que se empeñan en dar los samurais.
Cerca de nuestra meta, con la enorme cordillera elevándose a distancia nos encontramos con un samurai del clan dragón en una refriega contra un ronin de descomunal tamaño. El dragón se encontraba recibiendo una soberana tunda con bastante facilidad.
La placa de magistrado precedía muchas de las palabras y la animosidad de muchos es aminorada por el símbolo imperial, este no era uno de esos casos. El hombre al ver a los magistrados y su petición de explicaciones dejo de golpear al dragón, muy magullado ya para encarar a los magistrados que pedían explicaciones. Jurando por su honor darlas tras vestirse adecuadamente pidió primero poder ponerse la armadura.
Poco tiempo duró en ponerse aquel cascarón hecho a retales de varias armaduras diferentes. Volviendo ya en “mejores” condiciones nos habló de forma rotunda.
- Golpeé al samurai porque se negó a inclinarse y se mostró descortés antes incluso de presentarme. Mi nombre es Hida Kisada.
Aquellas palabras activaron algún tipo de resorte en los tres samurais que instantáneamente se encontraban en el suelo inclinados ante la figura que parecía haber crecido hinchando su tremendo pecho con orgullo.
Bien es conocida mi nulidad en temas de protocolo, principalmente por mi falta de interés por semejantes cuestiones. Aquel hombre afirmaba ser Hida Kisada, el antiguo campeón del clan Cangrejo, uno de los más legendarios samurais, fortuna de la perseverancia, pero... aún así muerto hacía tiempo. Avanzando hasta el mirando hacia arriba directamente a su cara comencé a preguntarle.
- Ejem, tus compañeros ya se han inclinado.
El porte del hombre realmente imponía respeto por lo que lentamente me incliné ante el legendario "Gran Oso", como era conocido en vida y esperé paciente a que las explicaciones comenzaran.
El relato de sus batallas al otro lado de la puerta eran realmente impresionantes. Nos contó como había llegado a la puerta del olvido y antes de que cualquier otro pudiese salir avanzó por ella y regresó para ayudar al imperio en época de necesidad. Varios de los detalles revelados por razones obvias no serán mencionados, es una vía que debe seguir su curso.
Desde aquel momento fuimos su “escolta” si bien es verdad que aquel hombre no la necesitaba. La primera parada nos desviaría un poco de nuestra meta, nos dirigiríamos hacia una cueva en “tierras independientes” para buscar algo.
Jubei partió delante como explorador. La cueva en cuestión tenía vigilancia, una pareja de trolls la custodiaban. Cada cierto tiempo rotaban la guardia con los compañeros del interior. Algo había extraño en aquellas criaturas pues todas vestían armaduras y portaban katanas. El plan inicial era entrar con sutileza, aunque si era necesario...
Las criaturas hablaban con fluidez nuestro idioma recibiéndonos con mucha desconfianza y alguna amenaza. La labia del magistrado y la promesa de un regalo a su señor nos hicieron ser merecedores de la atención de lo que parecía un “cortesano” entre los suyos. Tras hablar con su señor nos dejó pasar, siendo recibidos por él.
El interior de la cueva era un complejo de pasillos con un camino central más amplio rodeado por estancias laterales. En varias de ellas un contingente de aquellas extrañas criaturas se entrenaban de forma similar a como podría hacerlo un samurai. En otra de las salas parecían estar realizando una ceremonia del té, si a aquello se podría llamar de tal forma. Las armaduras de los guardias que nos custodiaban presentaban formas muy familiares pero con una pequeña salvedad en alguna de ellas, en la zona en la que tendrían que ir grabados los mons de clan estaban visiblemente desgastadas puede que coincidencia o que su anterior portador ya no la necesitase nunca más.
La antesala estaba custodiada por dos más grandes que sus compañeros a ambos lados de una puerta enorme de lo que parecía piedra maciza. Invitando al que en aquellos momentos era nuestro “cortesano” le dejaron delante de la puerta. Pese al esfuerzo no pudo mover las hojas. Al borde de la mofa los guardias se dispusieron a abrirla en el momento que Kisada se adelantó y comenzó a empujarla. Al principio le supuso un esfuerzo pero comenzó a moverse, la cara de los “anfitriones” no tuvo desperdicio.
En la sala que se abría ante nosotros un enorme troll nos esperaba sentado en un trono de piedra enfundado en una impresionante armadura. A la diestra del trono, en un pequeño taburete un perdido hacía las labores de cortesano.
A la diestra de la sala había una mesa larga con varios bancos de gran tamaño y lo que parecía una comida recién servida. A la izquierda de la sala bajo las enormes columnas un foso cuadrado con una escalinata en el lateral.
Las conversaciones con el jefe fue para los samurais una burla para los cortesanos del imperio, una parodia. Para mi las similitudes la asemejaban a lo que podía ver en todas las situaciones en las que intervenía un cortesano y su maravillosa retórica...
Las habilidades sociales de Sanetomo, solo comparables con las mías, hizo que en cuestión de pocos minutos fuese retado a un duelo, el equivalente a un feudo de sangre en el foso. Las normas de aquel eran muy simples el que quedase con vida al final del combate sería el ganador y se quedaría con todo lo perteneciente a su rival. En el caso del líder de los trolls parecían ser sus pertenencias, su cargo y por supuesto la armadura. En el caso del dragón serían sus posesiones y su posición de samurai, algo al parecer muy valioso para ellos, el reconocimiento y la posición.
De tras las columnas aparecieron cerca de una veintena de soldados más que rodearon con rapidez el foso colocándose al borde. Como una sola voz comenzaron a gruñir de forma rítmica, retumbando por toda la cueva el sonido, igual que un tambor de guerra, cada vez a mayor volumen.
En el fondo del foso el combate había comenzado bastante mal para el shugenja que solo podía esquivar las embestidas de la mole y su Tetsubo. En un descuido de esta preparó un hechizo ya familiar para mi y lanzó un golpe de Jade contra el. Quitando la sorpresa el golpe fue totalmente inútil.
El enfado no se hizo esperar. Aquello no era legal, hombre sin honor, traición y varios improperios más salieron del jefe. El “cortesano” perdido intervino anulando el enfrentamiento, los contendientes solo podrían usar sus armas y nada de magia. Cuando Kisada ya se había levantado en silencio dispuesto a entrar en el círculo Jubei interrumpió al perdido pidiendo ocupar el lugar de su compañero.
La idea del grulla en la batalla dirigiendo un grupo de trolls entrenados me pasó en aquel momento por la mente, una curiosa y a la vez temible escena. El combate no duro más de lo habitual y el contendiente calló al suelo decapitado. Los lacayos se negaron a seguir a Jubei, puesto que aquel era su jefe pero no su dueño, servían a un único rey, el que si que le seguiría era el perdido. En cuanto a posesiones a parte de la armadura y el Tetsubo poco tenía el muerto.
El perdido retiró del cadáver la armadura a la orden de su nuevo señor y a limpiarla. El ritual de purificación me tocó a mi. Jubei regaló la coraza como muestra de gratitud a Kisada el cual la aceptó de buena gana y con nuestra ayuda se enfundó en ella, dándole un aspecto aún más fiero. Antes de marchar el nuevo siervo se acercó a Jubei y curiosamente sufrió un ataque de alergia al acero cayendo misteriosamente muerto mientras que el grupo salíamos de la cueva de forma tranquila, sin ser molestados.
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