Un día como otro cualquiera mi maestro charlaba conmigo de forma más cordial que de costumbre. Antes de concluir nuestra conversación me citó en uno de los templos principales a media noche, con la “exigencia” de que fuese solo.
A la hora señalada me presenté en el lugar acordado dirigiéndome escaleras arriba hasta el lugar que por la tarde había sido el elegido para mis meditaciones. Sentándome en el centro esperé a que mi maestro se dignase a acercarse a mi. Con un gesto de su mano y suma tranquilidad me instó a acercarme. Resignado me acerqué hasta él. Me había traído a este lugar con un propósito, enfrentarme con su segundo alumno en un combate que decidiría quien era su alumno más capaz.
En un primer momento pensé que se trataba de una broma hasta que del otro lado de la sala un joven de aspecto robusto salió de entre las sombras, retirando su capucha dejó vislumbrar en su cuerpo las protecciones que en su momento habían contenido a ... Atónito me dispuse a hablar con el muchacho, el cual lejos de escucharme emprendió ataque. Un samurai achacaría una situación como aquella a la sorpresa o a la falta de honor al atacar sin previo aviso, en mi caso y haciendo honor a la verdad diré que el muchacho era mucho mejor luchador que yo. Nuestras capacidades distaban en mucho, eso era innegable pero su utilización del propio potencial no me dejaba desarrollar lo que sabía convirtiéndome en un pobre pelele que recibía los golpes.
Esquivando y continuamente retrocediendo llegué al jardín, colocándome sobre las piedras del pequeño lago helado. En pocos minutos el combate se decidió y lo único que podía hacer era mirar al cielo, incapaz de moverme después de la paliza recibida, ni si quiera arrastrarme mientras el chico elevaba su puño sobre mi cabeza. La voz de mi maestro de fondo le instigaba a darme el golpe de gracia pero el muchacho se resistía. Un crujido en el hielo puso fin al combate cuando el chico bajó la mano, se giró sobre si mismo y se fué.
La voz de mi maestro resonaba por todo el lugar maldiciendo, clamando por mi sangre a medida que su pupilo se marchaba. Cuando estuvo en el límite de mi campo visual perdí el conocimiento incapaz de aguantar con mis heridas.
El calor reconfortante de un camastro me despertó a la mañana siguiente, todavía demasiado dolorido para poder levantarme estaba siendo atendido de mis heridas por los monjes del monasterio que me habían encontrado hacía unas horas al borde de la muerte. A media tarde mi compañero Tamori Sanetomo fue llamado para verme. Comunicándole lo sucedido le insté a localizara a aquel hombre con suma precaución, durante el invierno no podría salir de la ciudad, las nevadas le impedirían alejarse mucho. En cuanto tuviera su posición esperara, pues ambos teníamos una conversación pendiente.
El tiempo de recuperación fué mucho menor de lo esperado por mis compañeros monásticos, no en vano mi condición me lo permitía, el cuerpo sometido. Acompañado de Sanetomo continuamos la búsqueda. Los rumores que había encontrado nos guiaban a un barrio muy concreto de la ciudad.
Varias horas nos llevo seguir la pista pero al fin encontramos una pequeña taberna. El tabernero nos confirmó que conocía a aquel hombre y que se encontraba hospedado allí en la habitación del fondo, en esos momentos no se encontraba allí pero volvería, sus cosas estaban en el cuarto. Con una amigable conversación el tiempo avanza más rápido y así fué como pasamos nuestra espera frente a una taza de té.
El ruido de unos pasos firmes en la puerta nos puso alerta, no eran los andares taciturno de los habituales del local, de algún campesino exhausto o de algún ronin sin blanca buscando un lugar en el que poder encontrar un trabajo, eran sus pasos.
Sin percatarse de nuestra presencia se dirigió directamente hacia el pasillo de los cuartos atravesando la sala sin mirar a nadie. En el momento en que estuvo en el pasillo nos levantamos llamando su atención. A gran velocidad trató de huir pero con un hechizo Sanetomo consiguió retenerlo. Colocándome frente a él le dije que solo queríamos hablar con él, que tras tomar una taza de té con nosotros podría irse.
En un insólito movimiento lanzó sin apenas mover los dedos un pequeño alfiler sujeto con un cordel propio de un pescador, a mi compañero tratando de romper su concentración y librarse así de las ataduras. En los momentos en los que las palabras no surten efecto una amenaza, incluso una pequeña nota de advertencia de forma física obran milagros. Ese fué el camino elegido y el chico pareció comprenderlo al fin dejando de oponer resistencia, el aprecio a la vida.
La conversación, más cercana a un interrogatorio tuvo lugar bajo la atenta mirada de mi compañero dragón que se abstuvo de intervenir. El monje confirmó que su maestro le había entregado aquellas protecciones hacía algo más de un año, le había guiado a ellas. Las fechas coincidían con su muerte. También le había encargado la misión de matarme, sintiéndose muy defraudado y furioso por no cumplirla. También le había encargado una nueva tarea, hacerme llegar un mensaje, una cita.
- En la próxima primavera reúnete con nosotros al otro lado del espinazo del mundo, encontrarás el camino. Los demás alumnos se encontrarán también allí, la lucha tendrá lugar.
La voz de mi maestro se solapó por unos instantes con la del monje que tenía delante, incluso por un momento me pareció verle enfundado en sus antiguas protecciones.
Los intentos de hacer entrar a aquel mensajero en razón fueron vanos, se debía a su sensei y no iba a cambiar aquello. Confirmé lo que para mi era evidente, no iba a luchar y menos para entretener los caprichos de un fantasma y tampoco iba a asistir a aquella reunión. El hombre solo dijo que si no lo hacía tendría que volver para matarme. Levantándose tras aquello recogió sus cosas de la habitación con gran velocidad y se marchó de allí.
Toda la conversación inquieto mucho a mi amigo y preocupado por el posible impacto de seguidores de uno de los mayores asesinos del imperio decidió informar a su superior, el magistrado esmeralda Mirumoto Masao. Este fué muy claro en las ordenes tras mi negativa a dirigirme al espinazo del mundo aunque fuese solo para investigar. El monje era ahora su invitado, Sanetomo debía encontrarlo y traerlo hasta su casa para así poder demostrarle hospitalidad y conversar con él.
De mala gana acompañé al dragón en su búsqueda sin intervenir activamente en ella, atado por la amistad que nos unía y por mi preocupación por él, pese a ser un Yamabushi capaz sabía de lo que era capaz aquel monje y prefería no correr riesgos.
La “suerte” nos sonrió esta vez y encontramos al monje ya cerca del anochecer al lado del camino en un pequeño altar rezándole a una figurita de madera pequeña. Cuando nos vio giro un momento la cabeza y siguió con su plegaria hasta darla por finalizada. Mientras se levantaba pude ver bien la figura, una representación de nuestro maestro.
“Uno de mayores errores fué el ser demasiado humilde, en nuestro camino podemos llegar a convertirnos en Kamis”.
Las palabras de una de las conversaciones con su fantasma le vinieron a la mente. No podía ser que aquel hombre incluso después de muerto hubiese creado un culto para él, para recibir adoración como si de un Kami se tratase.
No me percaté de la conversación entre las dos partes de la invitación a la casa del magistrado hasta el momento en el que el monje emprendió una veloz carrera huyendo de nosotros. Mentiría si dijera que no se me pasó por la cabeza el dejarle huir y ver por su propia cuenta la luz pero nuevamente mi preocupación por mi amigo hizo que tomando aliento dejara que la energía fluyera por mi cuerpo, aumentando mi respuesta saliendo a su encuentro.
No me costó colocarme delante suyo, momento en el que el monje se detuvo entre nosotros. Las explicaciones no sirvieron para nada, ni siquiera mi palabra le hizo cambiar de idea. Adoptando una pose neutral cerro sus ojos y permaneció inmóvil en el centro de la calle.
Con cuidado mi compañero se acercó a él sin obtener respuesta alguna, al tratar de empujarlo comprobó que su cuerpo no se movía, parecía completamente rígido. Un ruido de cascos al final de la calle, una polvareda levantada tras de ellos. Cuatro samurais galopaban frenéticamente hacia nosotros y el monje seguía sin moverse.
Cogiendo carrerilla el dragón descargó una patada sobre su torso, para nuestra sorpresa el cuerpo no se movió lo más mínimo. Por mi parte salí corriendo al encuentro de los caballos que venían hacia nosotros advirtiéndoles que aminoraran con toda la fuerza que podían mis pulmones. La respuesta que obtuve fué la de continuar la marcha sin aminorar ni variar rumbo y volviendo hacia el muchacho traté de hacer un esfuerzo por apartarlo de allí con los caballos casi encima nuestro, esfuerzo en vano.
En el momento en que los caballos nos arrollaron mientras aún tiraba de él se movió únicamente para poner su cuerpo entre la embestida y el mío, recibiendo la mayor parte de los golpes de los animales en mi lugar.
Bastante magullado le sujeté en brazos elevando un poco su cabeza para tratar de escuchar lo que trataba de decir. Ni mis capacidades como Henshin pudieron hacer nada por salvar su vida, ni por entregar ese último mensaje y su vida se escapo de su cuerpo entre mis manos, bajo mi mirada. Unos sonidos metálicos salieron de sus brazos, los brazaletes se habían soltado de su portador.
Los guardé en la mochila y cogí el cuerpo inerte en brazos. Unas pequeñas lágrimas de impotencia y de ira recorrían mis mejillas mientras avanzaba hacia la casa del magistrado, el señor Masao. Mi compañero trató de detenerme pero sus palabras ya no me tocaban, no en aquel instante. Los guardias de la puerta no daban crédito y contra todo protocolo me dejaron paso al interior aún a riesgo de que aquel lugar se corrompiese con un cuerpo muerto. El revuelo de nuestra presencia agitó toda la casa, los sirvientes y demás invitados se apartaban de nosotros con gran revuelo lo que hizo que Mirumoto Masao saliese a ver que era lo que sucedía.
Frente a sus pies con gran cuidado y respeto situé el cuerpo y le ofrecí los brazaletes. Aquello le sorprendió mucho dejándole pensativo unos segundos. Recobrando la compostura lamentó aquel suceso y nos encargó que hiciésemos lo que mejor considerásemos con aquello, dándole a su vez un entierro digno al caído. Sanetomo informó a su vez del culto que realizaba el caído y de la estatua, algo que a simple vista dejó impasible al magistrado.
No permití que ningún eta tocase el cuerpo y realicé personalmente todo la ceremonia de incineración recogiendo al final todas las piezas que había portado. Si tan solo hubiese escuchado, podría haberle liberado de aquello pues aún portaba los sellos elementales que me habían confiado tiempo atrás.
Durante todo el funeral permaneció detrás mio, observando atento todo el proceso sin emitir sonido alguno hasta el momento en que había concluido y recogía las protecciones.
- Eso es para ti, espero que te ayuden como lo hicieron conmigo. Pueden limpiar tu cuerpo de aquello que tu solo no consigues, purificarte. Él- señalando el lugar donde había enterrado el ánfora con las cenizas- era solo un correo, un medio para traértelo. Tu eres mi único alumno y como tal te pertenece.
Escuché sus palabras con recelo esperando a que se fuese para tomar cualquier decisión. No conocía aquel objeto y tampoco podía dejarlo abandonado como si se tratase de una vulgar piedra.
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