Peregrinaje-(11 de ....)



El tiempo en la ciudad imperial pasaba despacio, recorriendo los templos, ayudando a algún campesino, charlando con los monjes y en el fondo, con cualquiera dispuesto a aprender, esa era mi rutina. Mis compañeros por el contrario vigilaban la seguridad de la ciudad, patrullando por los barrios asignados, cumpliendo con su misión de Yorikis.



Un día, a media mañana un monje se acercó a mi con una nota, se la habían dejado mis compañeros. En la nota marcaba una dirección, parecía la de una taberna a las afueras de la ciudad, a una considerable distancia por los caminos imperiales. En la misma me instaban a reunirme con ellos allí.



Tras agradecer al monje su labor emprendí el viaje con paso vivo. Más de medio día duré en llegar al lugar, una pequeña posada al pie del camino. En su entrada un samurai del clan escorpión impedía la entrada. Le pregunté si conocía a mis compañeros y tras confirmarme que deberían volver en poco tiempo le pregunté si sabía cual era el motivo de haberme citado allí, a lo cual respondió negativamente.



Un par de horas pasé en la puerta meditando al lado del escorpión cuando mis compañeros volvieron. El magistrado Mirumoto Masao les había encargado una misión. Un grupo de cortesanos habían sido atacados y los samurais que les acompañaban eran sus protectores. Habían desaparecido tres de ellos, uno de los cuales estaba muerto en las proximidades. Acababan de encontrar el rastro y se disponían a seguirlo, por ende eso me incluía a mi también, sobraba decirlo.



En el interior de la posada se encontraban como “invitados” de otro de los escorpión un ronin, el posadero y su familia. El ronin por tratar de huir se había “caído” por las escaleras, a mi parecer varias veces y con bastante mala suerte, según su compañero escorpión soltándose la lengua en el proceso, no sabía nada acerca del asunto que les interesaba, un mal momento para estar en aquel lugar. En cuanto al posadero y su familia habían cumplido mal con su cometido y por lo tanto el clan del escorpión exigiría responsabilidades que serían saldadas.



Antes de partir al alba el interrogador volvió a la posada con una pequeña antorcha para “despedirse”, vislumbrando las intenciones Jubei le advirtió que lo que menos interesaba a la misión era el comenzar con una columna de humo anunciando la marcha. El samurai reconsideró su acción y dejó la antorcha en manos de uno de sus compañeros entrando en la sala. Unos minutos después salió con pequeñas salpicaduras de sangre, el ronin había decidido quedarse descansando con los posaderos, mejor no despertarles.



El camino fue duro avanzando entre la nieve lenta y pesadamente. Los samurais únicamente hacían caso a mis amigos. En el momento de la cena me dispuse a tomar mi té de pétalos de Jade. Los ojos de todos los samurais extraños se abrieron de par en par pidiéndome probarlo, la curiosidad les invadía.



- Bueno, puedo compartir un poco de mi dosis pero no mucho, es difícil de conseguir y lo necesito.



Algo en mis palabras pareció asustarles, supongo que es algo inherente a la clase samurai puesto que la reacción fué muy similar a la de los grulla que “me invitaban” a comer unos meses atrás, separándose un metro de mi con mucha rapidez y cara de preocupación.

Su primera intención era la de dejarme allí y que no prosiguiera camino con ellos, más mis compañeros no cedieron, la segunda fué menos amable. La shugenja del grupo poseía un hechizo para situaciones similares, pudiendo proteger a casi todo el grupo excepto a dos miembros que deberían pasar la noche por sus medios, a riesgo de morir congelados, claro está uno de ellos sería el que escribe.



La condición de monje tiene múltiples ventajas para mi, no sufrir el azote de ese rígido palo que atenaza el trasero de los samurais, poder dedicarse a la contemplación y la enseñanza, libertad y responsabilidad propias y un sinfín de pequeños placeres poco comunes para las castas superiores, falta de entendimiento sin duda, pero lo que no tiene es suerte. Pese a no ser un ataque directo contra mi vida como en anteriores ocasiones esta vez el karma me regalaba una noche a la intemperie en pleno invierno rodeado de una tormenta de nieve, algo no muy halagüeño.



El otro samurai que quedó fuera del grupo “privilegiado” no quiso situarse a mi lado para compartir el calor y se sentó a distancia en frente mio. Ambos en postura de meditación con una manta tapándonos nos dispusimos a pasar la noche y a no morir. Puede que fuera mi imaginación pero me pareció ver como el hombre se tomaba algo, puede que fuese Sake o algún tipo de medicina, no sabría decir si fue producto de mi imaginación pero el hecho es que a la mañana siguiente cuando el resto se levantó el hombre se encontraba enfermo, con temblores y una fiebre muy elevada. Por mi parte la noche había pasado en una meditación bastante profunda, soportando el frío como buenamente pude, en mucho mejores condiciones que el bushi.



Curiosas son las costumbres de cada uno de los clanes en general y mucho más la de sus integrantes en particular. Ante esta situación, antes de tratar de sanar a su compañero otro de los escorpión sacó un tanto y se lo puso en la mano al enfermo el cual asintiendo se dispuso a realizar seppuku. Nuevamente la voz de la cordura por parte de mis amigos detuvo la curiosa escena.



- Estamos a un día de camino de la posada, que uno del grupo le lleve allí y que deje esa idea.



Nuevamente rechazó el hombre mi compañía y se fué con el dueño del cuchillo hacia el lugar señalado. Esa noche podría pasarla bajo el cobijo del hechizo al calor del grupo, por suerte había una vacante.

El viaje se alargó un par de días más hasta que el explorador informó de que un par de tiendas se encontraban a un centenar de metros, el rastro conducía a ellas.



La entrada en el campamento fue realizada por el equipo de los escorpión de forma impecable, un sorprendente trabajo poniendo a salvo a sus cortesanos sin poder dejar con vida a los guardias que los custodiaban. Nosotros nos encargamos de la segunda tienda, en la que descansaban el resto de los secuestradores, un par de ronins fornidos que se encontraban descansando.



Los interrogatorios se realizaron por separado, en un lado Jubei con uno de ellos, en el otro se me permitió conversar con el otro. Mis métodos eran menos sutiles que los del grulla, con menos amenazas y muy diferentes a los de los escorpión, que por lo poco que había observado seguro tenían muchos fluidos y dolor.

Con una conversación común, dejándome guiar por los Kamis conseguí unos resultados increíbles. El samurai no era un ronin, era un Cangrejo, de la familia Hida. Durante la lluvia de sangre quedó manchado y como último servicio a su clan marchó de sus tierras y actuando sin orden alguna se dispuso con sus compañeros a eliminar representación de los escorpión en la corte, por motivos sin duda irrelevantes. Tras esto Jubei interrogó al compañero del primero consiguiendo que confirmara la versión del primero.



Ambos samurais fueron llevados hasta la corte donde fueron juzgados y ellos y sus familias fueron condenados por su clan a servir en las minas del clan escorpión el resto de sus vidas.

La pequeña hazaña llegó a oídos del campeón esmeralda que hizo llamar a mis compañeros. Cuando volví a encontrarlos me comunicaron la nueva, habían sido ascendidos a magistrados imperiales. Como bushi Jubei era a partir de ahora un magistrado esmeralda mientras que como shugenja Sanetomo sería un magistrado de jade. A su vez el magistrado Mirumoto Masao había sido ascendido por encima de tal cargo, siendo ahora la mano derecha del campeón esmeralda. Ambos magistrados comenzarían sus nuevas tareas mientras se les asignaba una vivienda acorde a sus necesidades y posición actuales.

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