Peregrinaje-(16 de ....)



El día llegó con mucha rapidez. El contingente era más que numeroso, la tensión aumentaba por momentos con la tenebrosa luz reflejándose en aquella mole de acero negro. Kisada dio la orden de que todas las tropas se preparasen para el asalto, de inmediato todos los samurais comenzaron a prepararse para la embestida.





Pocos minutos antes de que el ejercito allí congregado se lanzase a la carga un enorme Oni de unos 4 metros de altura se presentó ante nosotros desde uno de los laterales. Se encontraba rodeada de un contingente considerable de samurais de las tierras sombrías. Aquella criatura portaba una corona de cuernos haciendo ostensible su cargo entre los suyos. Antes de hablar nos dedicó una “sonrisa” mostrando su tremenda dentadura llena de colmillos. Su postura era más similar a la de un mono que a un humano pese a lo cual un brillo de fondo en sus ojos reflejaba un considerable entendimiento.





- Hemos venido a hacer honor a nuestro antiguo pacto, lucharemos.





Nuevamente nos veíamos envueltos en una batalla contra los Maho Tsukai. Nuestro grupo avanzaba en vanguardia desde el flanco izquierdo de la cabeza del ataque. Una vez más me veo en la necesidad de omitir los detalles de la lucha que nos llevaron hasta el interior del castillo, incluso la mayoría de los combates del interior, solo destacaré varios sucesos bastante más “profundos”, será necesaria atención para verlos.





Durante el ascenso por los diferentes pisos nos encontramos con unas criaturas... no sabría definir bien su forma, en parte parecidas a reptiles, en parte felinos con grandes deformidades. Dichas criaturas esperaban en el interior de la sala, colgadas del techo. Su velocidad era sobrehumana, descolgándose y lanzándose contra nosotros con fiereza. En uno de sus envites una de estas aberraciones derribó a Sanetomo elevándolo hasta el techo sujetándolo con fuerza. En el momento en el que lo sujetaron con una mucosa similar a una tela de araña cesaron sus ataques hacia el resto. Una de las criaturas bajó a “dialogar”, pese a no ser capaz de hablar, al menos no en nuestro idioma, sus gestos no dejaban lugar a dudas, las criaturas nos dejaban paso si nuestro compañero se quedaba allí con ellas, su gesto relamiéndose no dejaba mucho a la imaginación.





Pese a todo destacaré el comportamiento de Jubei en relación a otro momento temporal, no necesariamente anterior; misma persona, distinto grado de ignorancia.

La criatura se situó a una altura media para realizar su proposición de dejarnos pasar, en el mismo instante que un proceso de aversión al acero le separó la cabeza del cuerpo con un certero movimiento. El resto de las figuras del techo se agitaron nerviosas, bastante atemorizadas. Encarándolas se agitaron aún más dejando poco tiempo después a nuestro compañero en el suelo. Tras salir de la habitación escuchamos el comienzo del banquete, el cuerpo del que había sido su jefe estaba siendo profanado con voracidad.





El honor de un hombre se ve muchas veces alterado por sus sentimientos, esas visiones parciales que acompañan su existencia, los pequeños cristales a través de los cuales encuentra justificación para los juicios de valor que tan a la ligera toma. Una de esas situaciones llevó a mi compañero, mi amigo Jubei a tratar de chantajear a una persona muy cercana a mi con el hecho de la muerte de los dos grullas. Su visión en aquel momento se vio sometida a la tensión, al ansia de poder. La presión a la que fué sometido le hizo justificar su comportamiento, al igual que los grandes señores justifican sus actos aún a costa de las vidas de sus seguidores. El hombre que aquel momento defendía a su compañero por encima de los objetivos de una de las más grandes batallas del imperio era el mismo capaz de jugar usar la vida de otro como moneda de cambio en un chantaje.





Otro de los hechos destacables fue el encuentro con el mítico forjador de las espadas de sangre, la mano derecha del mismísimo Iuchiban, Asahina Yajinden, el cual lejos de atacarnos recibió nuestra embestida y como el paciente tigre que se quita de encima a sus pequeños cachorros, lejos de atacarnos sanó nuestras heridas apartándose del camino que nos conducía a la sala de su señor dos pisos por encima nuestro. Realizando el mismo gesto que los unicornio que nos habíamos encontrado tiempo atrás, se sentó “dolorido” en un lateral del rellano aquejándose de terribles heridas, disculpándose por no poder ayudar a su señor, a mi parecer más hablando consigo mismo que con alguien más.





El tercer hecho del ascenso podría decirse que me atañe en exclusiva a mi. En uno de los pisos escuchamos un sonido, las pisadas de una gran criatura dirigiéndose hacia nuestra posición. Observando desde la esquina pudimos ver un gran ogro avanzando con agresividad. Ante la amenaza traté de potenciar mis capacidades mas a mi nemurami tuvo una mejor idea bloqueando el poder que trataba de manifestar canalizándolo hacia una visión más elevada. Todo a mi alrededor pareció desaparecer dentro de mi, en aquel momento fuese mi propia esencia la que reconectaba con algo más grande, con algo de lo que nunca estuvo separada. Las paredes dejaron paso al viento, al susurro de los árboles, al canto de la tierra; las estrellas se hicieron más cercanas. Durante aquel instante de eternidad mi cuerpo descansaba sobre la piedra unos pocos minutos en el mundo en el que mis compañeros luchaban contra aquella criatura.

Al volver en mi unas palabras resonaron en mi cabeza, una voz familiar trataba de enseñarme su visión de la puerta que había abierto, una de las 6, mi maestro como siempre tan oportuno.





El último de los sucesos fué al final de la batalla. En la sala más alta nos encontramos con una gran sala, en su interior se libraba una cruenta lucha. De un lado Iuchiban desplegando todo su poder, del otro Kisada ganaba tiempo para dos figuras que se escabullían a una habitación contigua, en una de esas figuras reconocimos a Sezarou. Con una lluvia de fuego sobre nuestras cabezas pasamos hacia la misma habitación mientras Kisada continuaba atacando sin descanso a su rival.





La rueda del karma gira sin descanso, la mayoría se dejan envolver balanceándose cómodos en su regazo una vida tras otra, pero, algunos consiguen avanzar en la escala, salir de los viejos patrones y reconocer los guiños que deja a sus hijos. En frente nuestro se abría una sala de proporciones similares a la anterior, en ella dos figuras medían sus fuerzas, una correspondía a una samurai-ko Matsu Aoiko, la otra era una figura ya conocida por mi, pues su esencia ya fué derramada por mi bastón tiempo atrás. Una figura formada por sangre, esta vez no con el aspecto de un orbe si no con el aspecto del espíritu que le dio forma, teníamos delante a la forma en sangre de Iuchiban.





Junto con ella rodeamos aquella parte de Iuchiban mientras Sezarou abría un cofre al fondo de la sala recogiendo algo de él. La figura cambió de forma al contemplar aquello haciéndonos más difícil interponernos en sus movimientos. En el momento en que Sezarou se acercó a nosotros estiró el brazo con algo en su puño, envuelto en seda blanca. La figura se volvió loca de agitación, momento en el que aprovechamos para atacar a la vez sobre ella dispersando aquella sangre, al menos ganando algo de tiempo.





Volvimos tras el lobo hacia donde Kisada aún combatía, con un aspecto cansado Kisada recibió nuestra presencia con una sonrisa, no solo porque con ello había dado por concluida su parte en la pelea si no por el semblante que se mostraba ahora en el rostro del enemigo... miedo.





La curiosidad que siempre ha guiado mis pasos me llevó a comprobar la escena desde la puerta mientras el resto de mis compañeros se retiraban dejando la pelea sobre el lobo. Si alguna vez esto fuese leído por ojos inadecuados de torpe visión y obtuso entendimiento seguramente estaría en problemas porque las siguientes palabras pueden ser malinterpretadas con facilidad, aún así es mi deber alumbrar el siguiente paso del camino para el auténtico buscador.





Lo que Sezarou sostenía en su mano derecha era el corazón de Iuchiban, la razón de su inmortalidad y en su mano izquierda su máscara con la cual parecía mantener una conversación. Esta va dirigida especialmente a ti, que en un futuro me encontrarás como sensei, aún no es el momento de que nos encontremos, mi camino es largo aún, estas palabras son un adelanto de mi presencia, conoces bien el potencial humano, la dicotomía de cada uno de los seres, sus luchas internas pues tu mismo las has sufrido en muchas encarnaciones, lo que sigue te preparará.





- El emperador quiere que lo matemos.

- El emperador debe morir.

- No, él no se lo merece pero...- su mirada se desvió de la máscara hacia Iuchiban.

- Nosotros somos uno solo, compartimos eso con Daigotsu, únete a mi y juntos...

- Tu debe morir- Un brillo extraño salió de sus ojos mientras su mano se incendiaba en llamas consumiendo el corazón que portaba- Tu debes morir.





Ambos se lanzaron uno contra el otro desplegando todo su poder. Los muros tras los que me resguardé fuera de la habitación salvaron mi vida ante la oleada que llegó de la sala, dos de los más grandes shugenja de todos los tiempos habían medido sus fuerzas y solo uno quedó en pié, el lobo. Exhortando a que nos retiráramos de aquél castillo comenzó a realizar algún tipo de ritual. Poco después de que llegáramos a las afueras, mientras todos los Maho Tsukai perdían la cordura en frenéticos envites el castillo comenzó a desmoronarse, pero no de la forma en que lo haría una fortaleza común, se desvanecía como si se replegara sobre si mismo. Varios minutos después de aquel bastión solo quedaba una inmensa polvareda, varias pilas de cadáveres y la figura del lobo con un pergamino negro en las manos.



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