Peregrinaje-(21 de ....)



Durante todo el tiempo que había llevado el nemurami conmigo había aprendido varias cosas de él y sobretodo de mi mismo, entre ellas la potenciación continuada de alguna de mis capacidades lo que en estos momentos lo hacía imprescindible. El paraje nevado hacía que los viajes se viesen postergados hasta la primavera, o al menos hasta que remitiese la capa blanca que todo lo cubría remitiese hasta un nuevo año, al menos así debía ser para todos, bien sabido es que los Henshin no somos todos, no pertenecemos a este mundo, o que seamos el mundo en si, no hay diferencia entre ambas opciones.





Mi mente en aquel momento estaba turbia, a través del cristal de las experiencias “fortuitas”, “casuales”, de la opinión ajena todo era muy distinto. Mi misión era muy simple para mi, recordar, todo integrado, recuperar lo que todos somos. El trabajo antes del último nacimiento debía haber sido suficiente, siempre y cuando mi propio poder no se interpusiera. El destino material en este viaje era la prisión de Kenji, en al que había pasado dos centurias encerrado, en la que según él mismo había visto sus 1001 vidas desde su mente. El lugar se encontraba en el límite de tierras fénix – dragón al amparo del espinazo del mundo en una pequeña elevación, escavada en la roca. Las palabras serán reflejadas de una forma mucho más mitigada que la experiencia directa de la que fueron originarias, aún así trataré de conservar la frescura del momento en todas y cada una de las mismas.





Dos grandes hojas de madera aislaban el recinto del exterior, ¿como seguridad?, ¿como preservación? difícil de saber. Antes de entrar decidí preparar la antorcha que me acompañaba en mi equipo de viaje, mejor sería no perderse nada, aunque fuese la luz interna la que debía despertar aquel lugar. Las crepitantes bisagras me dieron su peculiar bienvenida respondiendo a la fuerza que las obligaba a moverse en su particular reverencia.





Volviendo a cerrar la puerta miré la sala que se abría en la roca. Era un recinto amplio, escavado en la montaña de forma impecable. Las paredes totalmente rectas, como si de un cubo se tratase. Al fondo una puerta entreabierta, de color cobre con varias inscripciones propias de los shugenja y un grabado bajo ellas. Mi atención se vio absorta en aquel color, no podría decir que ponía aquella escritura como tampoco podría decir que había reflejado en el grabado, todo era aquel color, su fría textura, su misteriosa conversación....





Mi mano jugó con su fría vibración, recorriendo su centro suavemente, en algunos instantes mi tacto se volvió puerta mientras que mi brazo transmitía su fluido movimiento al metal haciéndolo ondularse con suavidad. El espacio adquirió otra dimensión mientras avancé a la sala tras la puerta de cobre. En cuanto mi pié tocó su suelo los espíritus de fuego me reconocieron como su igual iluminando la sala con una fila de antorchas que la recorría en todo su diámetro. Una esfera casi perfecta de unos 50 metros de diámetro escavada en la roca, toda su redondez se veía empañada por la fina plataforma en la que me encontraba. En las paredes cientos de pequeñas inscripciones, aparentemente grabadas en la roca, algunas de ellas se iluminaban tímidamente cuando mi mirada se posaba en ellas y al final de la plataforma, casi en el borde un pedestal y un atril de piedra.



Solo hizo falta un paso más para desencadenar la reacción, en parte es cierta la visión simplista que algunos “entendidos” dan de la rueda a través de la metáfora “El inofensivo movimiento de las alas de una pequeña mariposa puede desencadenar una terrible tormenta a cientos de kilómetros de distancia”. El movimiento del más débil puede llevara la caída del más alto de los señores, eso es lo que sucedía en aquellos instantes dentro, en el vacío. La mariposa y la tormenta, todo el poder del mundo contenido en un solo paso, un pequeño gesto común para la mayoría y mágico para los que tenemos los ojos abiertos.



Mi cuerpo se elevó en aquel instante lanzándose hacia el frente, jamás giré pero me encontraba mirando hacia la puerta por la que había entrado. Cada una de las partes del nemurami fueron fijadas a ... no sabría decir el lugar en el que se sellaron, en el momento que el proceso terminó un brillo especial iluminó toda la sala, las letras que rodeaban toda la estructura brillaron un instante, la impresión fué la de estar en el centro del universo, a mi alrededor todas las constelaciones se inclinaban para saludar ante mi paso, el hermano perdido. Una eternidad después la separación fué mucho más dura, la puerta se cerró apagando las antorchas y cerrando la conexión, una sala vacía en total oscuridad.





En aquella habitación no me encontraba solo, a mi alrededor los espíritus permanecían sellados en un silencio, su presencia reconfortaba. Por otra parte estaba él, el tiempo que esperaba paciente, sentado frente a mi, observando como su pensamiento desgastaba mi corteza al igual que el agua desgasta la dura roca, suavemente, golpe a golpe. Lo que se encontraba debajo también ansiaba salir, dos fuerzas orientadas a una culminación, las dos vertientes del mismo plano.





No podría decir cuanto tiempo pasé allí, dos años, cinco... día y noche dejaron de moverse, sol y luna esperaban expectantes el nacimiento. Cientos fueron los que vinieron en espera del advenimiento, solo dos actuaron en su forma, el resto miraban, temían, deseaban, tentaban e incluso se sacrificaban; todo necesario.





El primero en acudir y realizar fuí yo mismo, al menos una de mis muertes anteriores, una de las encarnaciones de la vida encuadrada en el nombre de Asako Akinari. La tierna época de mi niñez, el dolor lacerante en el corazón de un pequeño que acaba de perder a su madre, que observa con impotencia como una profecía desconocida aleja a su padre de él y le abandona a su propia grandeza, perdiéndose en ella, olvidando lo integrado, relegándolo a un puesto mundano. Ese joven que pregunta, que quiere saber de nuevo y que es respondido desde la distancia.





- Volverás, tu padre será juzgado por él mismo, seremos uno.





El segundo en actuar fué mi maestro, o debería decir la energía cedida en su forma por mi voluntad. Despidiéndose, dando por concluida su realización del objetivo marcado me dejaba solo en aquel lugar, en el que él mismo había crecido hasta ser una encarnación en la tierra, un seguidor del viejo camino. Su figura caminó hasta perderse en el horizonte.





- Cuando consigas liberarte, cuando finalmente hayas nacido al mundo, nos volveremos a encontrar.





La oscuridad se volvía cada vez más cálida, la meditación cada vez más centrada, y el sueño algo innecesario. Mi esencia se nutría a través del poder del nemurami, absorbiendo todo lo necesario de la prisión y los micokamis que allí habitaban. El viaje seguía, en el campo del cangrejo, la muralla, las llanuras del león, los jardines de la grulla, los secretos parajes del escorpión, el amplio mar, la magia reinante en los bosques de mis tierras... todos los caminos fueron andados y vueltos hacia aquel punto, el punto en el que el sueño venció por fin a mi cuerpo, el sueño o quizá alguien.





Al despertarme me encontraba en una cama, en la misma cama en la que cientos de años antes había permanecido después del ataque del shugenja en la corte de invierno. Mi cuerpo era el mismo de aquella época. Tras levantarme me dirigí a ver el estado de los que en aquel tiempo habían sido mis compañeros y amigos. Solo uno de ellos se encontraba en cama, Sanetomo. Sus cuidadores me informaron que Jubei tras poco más de un mes luchando por su vida había recobrado el conocimiento pero su vista... por las heridas recibidas había quedado ciego. A su vez Sanetomo se encontraba anclado a la cama, incapaz de usar sus piernas.





Jubei llegó al poco tiempo, mientras hablaba con el dragón, decaído en su cama, negándose a admitir la verdad de su situación. Ambos presentaban un aspecto, irreal y a la vez sentía que el dragón estaba allí, no así el grulla. De ellos fué la responsabilidad de informarme que mi padre estaba condenado a muerte por pertenencia a la Gozoku, por su papel de informante. Cuando traté de separarme de ellos para ir a verle se hizo de nuevo a mi alrededor la oscuridad.





Mi nuevo alzamiento mortal me llevó a la misma cama, un par de días después de mi partida. La situación era muy diferente. Mis compañeros acababan de despertar y se encontraban doloridos pero en condiciones bastante aceptables. Jubei conservaba su ojo y Sanetomo podía moverse. El dragón recordaba nuestro encuentro, según él en una de sus ensoñaciones. Mi padre continuaba a la espera de su muerte en la celda. Al ir hacia allí una visión me inundó. Mi conciencia se desplazó a gran velocidad hacia mi cárcel corpórea. En el momento de mi llegada un gran poder se elevaba desde el interior haciendo que las paredes temblasen, parte de aquel poder era mío, otra parte... no podía ser. Los muros cedieron y toda la estructura se vino abajo. De entre toda la polvareda levantada una figura salió a la luz, despojándose de las protecciones de sus extremidades, pecho y cabeza.





- Gracias alumno, tengo una nueva oportunidad. - Su sonrisa hacía que se le helara la sangre a cualquiera, a cualquiera menos a aquel que estaba destinado a elevarse en el camino.

- Nos volveremos a ver pronto maestro.





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