Peregrinaje-(18 de ....)



El entrenamiento duró varios meses en los cuales estuvo recluido al amparo de su sensei. Durante todo ese tiempo se me permitió vagar por las montañas de la zona. Algunas veces en busca de flores medicinales en la compañía de otros monjes, o bien dar paseos por los hermosos paisajes de la zona.



Uno de ellos permaneció mucho tiempo fuera de mi memoria, hasta el tiempo en el que todo resto suyo se deshizo. Se acercaba el final del periodo que nos encontrábamos allí, en uno de mis paseos, guiado por la senda, con el vacío en la mano, caminé. En uno de los picos más altos de la zona, al amparo de los árboles, en un pequeño claro, sentado sobre una roca en el centro del mismo se encontraba un peculiar personaje. Las leyendas del dragón hablaban de un loco monje, un asesino, Kokujin.



Las palabras entabladas fueron sumamente claras, su forma, su método arrogante, la intención de crear una orden monástica basada en su culto, en la que alguien como yo tendría cabida de pretenderlo. La conversación fué breve, dentro de lo poco que escuchó también aprendió algo, aunque en aquel momento tampoco fuese capaz de comprender. La iluminación turbada por un caparazón demasiado débil en sus inicios, potenciada por su auténtica naturaleza. Una mezcla peligrosa.



En el momento en el que nos separamos todo fué olvidado al instante. Solo cuando avancé por encima de él, años después, pude recordarlo todo. Lo que en el momento si recordé fué lo que vi a continuación, cuando comencé a descender en la montaña. En el suelo, rodeando aquella alrededor de 20 cuerpos esparcidos, 20 samurais del clan dragón y en un lateral apoyada una katana.

Una espléndida hoja, separada del grupo, dejada allí casi de forma casual. Mientras me dirigía hacia abajo para informar al clan de lo sucedido en sus tierras comprobé que era una hoja casi perfecta, brillante y muy liviana, mas aún así, en mis manos no más que un “pinchito”. Cualquier samurai se ofenderá hasta la exasperación al escuchar de mi estas palabras, mi poder está lejos de lo terrenal y las manifestaciones terrenales, por muy peligrosas y honorables que puedan llegar a ser, quedan fuera de toda posible cuestión para mi.





Al bajar me encontré con un samurai dragón, tras contarle mi hallazgo me acompañó hacia el castillo. Uno de los compañeros a los que avisó trajo consigo una caja de madera para guardar el arma, parecían tenerle miedo; valerosos guerreros temiéndose a si mismos. En la tapa de la misma me permití ponerle una nota, “Para Jubei”. Llamaron a Jubei mientras les acompañaba a mostrarles el lugar en el que se encontraban los cuerpos. Al volver a bajar me esperaban 10 samurais, entre ellos el grulla.





El magistrado de la zona se encontraba entre ellos. Tras aclarar con el testimonio del grulla los hechos la espada quedó sin... dueño. El clan del dragón avisó a nuestro compañero de que esa katana era una de las hojas malditas del loco Kokujin, cada una con un nombre, otorgado por los efectos sobre su portador. Jubei tentado por su poder la cogió en las manos, tentado recorrió la vaina con suavidad, acariciándola. Tras unos instantes de lucha interna la abrió ligeramente, unos segundos después de permanecer pétreamente fijo en ella la desenvainó por completo. Su cara mostraba un sentimiento de ... ¿alegría?.





En mi compañero algo era diferente, en aquel momento no sabría decir el que pero algo estaba cambiando. Tras mucho esfuerzo decidió dejar la hoja en custodia del clan dragón, el cual agradecido se la llevó. Un samurai portaba la caja y dos le flanqueaban, según su superior para evitar que al portador se le “ocurriese” abrir la misma. Segundos después algo nos sorprendió, en la saya de Jubei se encontraba la espada que habíamos visto irse segundos antes.





Los consejos que pudieron darle fué que no la usase, que la espada trataría de tomar el control de su persona y que terminaría por consumirle. No conocían las propiedades de esta en concreto pero eran muy cautelosos. A nosotros nos advirtieron varias veces que debíamos vigilar, estar atentos por si la espada comenzaba a poseer al grulla.





El cambio en los meses siguientes de su carácter fué... espectacular. Seguía siendo él y a la vez no lo era. Sus actuaciones se volvían más radicales, mucho más extremas, algunas veces rozando el fanatismo en su aplicación de la justicia. No se tomaba descanso alguno y si por alguna razón había alguna sospecha de Maho en cualquiera de los casos lo dejaba todo y se dirigía hacia el lugar de los hechos dispuesto a “limpiar” la zona, a cualquier precio.



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