Peregrinaje-(7 de ....)



En el viaje, más calmado y con más tiempo para dedicarme a las tareas por las cuales había iniciado el peregrinaje centré más mi atención en mi mismo, en los sentimientos que me acompañaban y en las sensaciones tras la batalla. Algo había sido despertado en mi tras aquella experiencia, mi maestro lo corroboraba presentándose ante mi con un aspecto más similar al que había tenido como “infame” que como hombre.



La llegada a los pies de su pueblo lo hicimos juntos más ahí se separaron nuestros pasos al menos temporalmente. Él se dirigió a la academia Kakita para presentarse oficialmente como alumno mientras que por mi parte me dirigí a su casa, preguntando a los aldeanos donde se encontraba, para presentar mis respetos a la difunta y rezar por su descanso.

En la entrada de la casa conocí al hermano de Jubei, un hombre alto, firme y de carácter, sin duda un hábil Yojimbo como después conocería, un dedicado hombre de honor. Afectado por la muerte tan cercana reaccionó a mi presencia con sequedad preguntando por su hermano y cambiando el gesto con visible desagrado al enterarse donde se encontraba y cuales, al menos para su opinión, eran las prioridades de su hermano menor.



De la llegada de Jubei a su casa y de la conversación con su hermano no mencionaré nada, asuntos privados como tales quedan.



De la estancia y de los funerales me veo obligado a relatar lo que serían grandes giros de la rueda, marcas en las vidas de muchos pese a que aún no lo supieran, los primeros pasos reales en el avance del camino.



Me permitieron velar el cadáver junto con la tía de mi compañero, una mujer mayor que no duró en velar desde sus sueños el cuerpo de la difunta, mostrando su dolor con grandes y sonoros ronquidos en señal de duelo. Aquel sueño solo me trajo un silencio que despertó algo para la que no estaba preparado, algo que no esperaba.



A los pies del cuerpo de la mujer comencé a oír una voz de mi interior, no era mía, al menos no en el sentido estricto. Las primeras palabras me pasaron casi desapercibidas pero poco a poco tomaron una fuerza que llenó todo mi ser. Una fuerza oscura se manifestaba a través de ellas fundiéndose con la voz de mi maestro incitándome a...



Todavía hoy me es difícil pensar en aquellos momentos con frialdad puesto que la parte a la que hago referencia es más peligrosa para el hombre que la hoja más afilada o el enemigo más preparado que pueda encontrarse, es parte de uno mismo. En un primer momento comenzó a susurrarme acerca de las virtudes de la dama, de su belleza. Sin darme cuenta la idea de observar el cadáver, de sentir la fría belleza de la muerte pasó a la idea de acariciarla, de sentir su tacto hasta incluso la idea de profanarla se cruzó por mi mente en aquel momento. Mi control alejó aquellos pensamientos venciendo la primera de las muchas batallas que libraría contra la mancha con dispares resultados.





Tras los funerales y con un poco más de calma en mi ser emprendí otro de mis más oscuros capítulos. Las revelaciones de mi maestro le llevaron a revelarme la existencia de un diario de su “Etapa antes del despertar”. En ese documento relataba desde sus comienzos hasta el momento en el que el despertar le llegó. Para mi sorpresa me comentó que había vivido hacía doscientos años en aquella zona.



Decidido a aprender de aquel camino que en cierto modo había sido el mío me dirigí a uno de los lugares en los que me indicó que se encontraban dichos papeles. En una tumba, sobre el ánfora de la que debía ser una cortesana se encontraban. La tumba había sido profanada muchos tiempo atrás y en lugar de dicha dama se encontraba el único amor que había tenido en vida, “su primera prueba”.



La tumba no fué difícil de encontrar y con la ayuda de una piedra cercana retiré la lápida que la tapaba. En su interior una ánfora se encontraba rota. Cambiándola por una nueva cercana realicé nuevamente los ritos funerarios. Un campesino pasó por la zona viéndome y preguntándome asustado por el motivo de mi presencia allí y de la apertura de la tumba. Explicándole que solo estaba cambiando el ánfora abandonó la zona a gran velocidad.



Sin darle más importancia terminé con los ritos y me dispuse a coger los papeles que había bajo el lugar donde habían estado los restos de su amada. En cuando mis dedos los tocaron el demacrado papel se deshizo dejando solo las cenizas. La risa de mi maestro resonó en todo el lugar resonando nuevamente con el tono oscuro de la noche anterior.



- Empiezas bien, ya has profanado una tumba, ¿que será lo siguiente?



Lo profético de sus palabras me hizo estremecer con un pequeño escalofrío cuando una voz más terrenal se dirigía a mi. En mi espalda dos jóvenes samurais del clan grulla con el mon de la familia Kakita se encontraban con el campesino. La mano cerca de sus katanas y las palabras que proferían no ayudaron en aquella situación. La siniestra voz me susurraba palabras de temor.



- Te van a matar, la condena por profanar una tumba es la muerte, pero puedes arreglarlo... defiéndete, mátalos tu antes, puedes hacerlo...



Dejándome llevar me levanté y comencé a andar hasta el momento en que uno de los samurais tocó la empuñadura de su katana, no podría decir con que intenciones pues perdiendo el control de mi cuerpo me lancé sobre los dos hombres potenciando mis capacidades sin darles oportunidad a reaccionar. Con un par de golpes los hombres quedaron tendidos en el suelo y el campesino se dirigía corriendo hacia la aldea, algo que no podía permitir.



Mi superioridad física era muchos más elevada que en otras ocasiones, algo había potenciado mi capacidades de Henshin con su oscuro poder, haciéndome sentir más fuerte, más grande, por encima de todo lo que me rodeaba. En aquel estado en el que el odio hacia todo era más que latente corrí tras el campesino al cual alcancé sin ningún esfuerzo terminando su vida con un simple golpe, como si de una marioneta se tratase.



Los samurais yacían sin conocimiento en el suelo pero aquello no era suficiente, algo clamaba más en mi, algo que me arrastraba... La lucha interna duró apenas unos segundos en el mundo de los hombres y lo que serían varios años en mi interior. El resultado de la singular batalla fueron dos hojas Kakita clavadas en el pecho de sus dueños atravesándolos de parte a parte. A medida que la hoja atravesaba sus torsos notaba como algo de mi caía al suelo, liberándome de un peso que no era tal y cargándome con un liviano placer macabro. La visión de una joven vida escapándose con tanta facilidad era el comienzo de una nueva vida para mi, una vida lejos de todo lo que había sido, de todo lo que representaba mi antiguo camino.



Con todo perdido, sintiendo, experimentando todo lo que podía me dirigí a las afueras del pueblo. En el lecho del río lancé la ropa ensangrentada y me despojé de los mons de mi clan para volver al pueblo acto seguido en busca de la segunda parte de los pergaminos del diario.



Esta vez se encontraban en una casa, la cual según él había sido una taberna. En lo que sería la cocina enterrados se encontraban. Ahora la casa era la de una familia de comerciantes por lo que sería bastante más difícil acceder sin ser visto así que llamando a la puerta entré. Charlando con la señora de la casa le comenté mi intención de buscar en el suelo de su cocina unos papeles de un antiguo compañero, pagando por supuesto por los daños causados de tal búsqueda. Avisando a su marido a través de una nota esperamos en una agradable sala.



El señor de la casa llegó con una curiosa compañía, dos Yorikis de la zona. Tras comentarle nuevamente mis intenciones me concedieron una pala y escoltado por los guardianes de la zona comencé mi tarea. Ciertamente los pergaminos estaban allí, esta vez protegidos en una caja y una pequeña sorpresa más con ella, una calavera debajo. Con un movimiento de pala tapé con tierra el cráneo antes de que pudieran verlo y me dispuse a sacar la caja. Pese a que para el comerciante no era necesario que tapara el agujero hecho terminé de arreglarlo alegando que no quería presentar ninguna molestia en su casa y tras terminar saldé mi deuda con un Koku, pago que al comerciante complació en demasía. Los pergaminos por lo que parecían relataban acontecimientos a cerca de la vida de mi maestro y a sus márgenes numerosas anotaciones médicas, exhaustivas y detalladas.



Los dos samurais tras aquello me “invitaron” a cenar, negándose a dejar que rechazara su invitación mientras charlábamos de lo sucedido en las cercanías y de si había pisado el cementerio.

Aquella cena no llegó nunca puesto que mi suerte empeoraría enseguida. Del fondo de la calle apareció Jubei con un Shugenja del clan Dragón. A su lado una curiosa persona. Una mujer bastante joven con un escudo que aquel momento me hizo estremecer, al lado del mon del clan Cangrejo lucía el de la familia Kuni, cazadores de brujas.



Su cara se transformó al instante y algo me hizo quedarme quieto, seguramente aquello me salvó la vida. Uno de sus ojos brillaba con un tono verde, al fijarme en ella aquel era un ojo de Jade. En el momento de enterarse de mi mancha los dos grulla que habían estado escoltándome salieron “sutilmente” por pies, obviando la invitación para cenar.



La cazadora quiso hacerme un examen de mancha, llevándome a una sala apartada para interrogarme en profundidad y valorar mis reacciones. Tras completarlo y pese a que le había obviando algunos detalles me entregó unos documentos que me certificaban como manchado. Junto con ellos me entregó a su vez una bolsita con pétalos de jade, para que comenzara a tomar el té, lo que me ayudaría a contener el avance de mi enfermedad, así como también debía pasar revisiones periódicas al menos una vez al mes para comprobar la evolución que presentaba.



La mujer, una caja de sorpresas me hizo una pequeña advertencia, al igual que advirtió a mis compañeros, si en algún momento comenzaba a actuar de forma extraña, mi cuerpo cambiaba o mi carácter era... extraño, desenvainó su Wakizashi mostrándome su hoja de jade, una advertencia muy contundente.



El shugenja que acompañaba a Jubei era el primo del compañero caído, Tamori Sanetomo, un shugenja guerrero. Para colmo su desconfianza se incrementó en el momento en el que Jubei decidió investigar la muerte de los dos samurais y mi cambio de monje de clan a errante, para él muy sospechoso.



De lo sucedido posteriormente poco diré más que en el juicio llevado a cabo debo la vida a Jubei y gracias a su testimonio fuí condenado a un mes de trabajos en las minas de hierro cercanas por la apertura de una tumba ya profanada, quedando exculpado de los asesinatos.



En aquel mes dejé de lado las sandalias y potencié mi musculatura aliviando un poco el peso de la carga de conciencia a golpe de mazo. Tras mi salida del castigo volví a ponerme los mons de mi clan comprendiendo un poco más, otra pequeña pieza y me reuní con Jubei y con el nuevo compañero, el cual aún recelaba de mi. Nuestro destino era la ciudad imperial para pasar allí los meses invernales en la corte.



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