Peregrinaje-(8 de ....)



De camino a la corte un nuevo incidente nos “salpicó”. La noche anterior nos habíamos detenido en una posada a descansar, en la entrada un Matsu estaba descansando antes de la cena con su león a los pies. Un magnífico macho adulto de lustrosa melena y noble porte. Pidiendo primero permiso comencé a acariciar al felino que se tumbaba mostrándome la panza. Cenamos junto con el samurai que nos contaba que se preparaba junto con su manada para la guerra contra los Unicornio. Cenamos juntos y después nos llevó a ver a su manada, momento en el cual pudimos ver una pelea por el control de la manada entre dos machos, un espectáculo impresionante.



Por la mañana nos despertamos en la habitación comunal cuando el alba aún despuntaba. Desperezándonos nos dispusimos a realizar los ejercicios matinales cuando vimos algo raro en la cama de Jubei. Se encontraba revuelta y sobre ella había mucho pelo largo, como de animal. Bajamos siguiendo pequeños restos del mismo pelo hasta la puerta. Allí nuevamente el Matsu se encontraba tomando una taza de té. Preguntándole si reconocía el pelo como de león, lo miró y tras olerlo nos contestó que no, que era de otro tipo de animal. Unas huellas en la entrada se adentraban en el bosque, una de ellas parecían pisadas de una criatura bípeda muy grande, las otras las de un cuerpo siendo arrastrado.



El rastro desembocó en un lago. Tras rodearlo y comprobar que no había seguían alrededor me quité la ropa y pese a la época del año me zambullí en el agua. Buceando un poco vislumbré en el fondo un hueco correspondiente a una cueva. Avisando a Sanetomo comencé a bucear hasta alcanzar la cueva. Al llegar a ella entré en una cavidad pequeña, acondicionada con leña seca en una pequeña fogata apagada con un yesquero a su lado, un plato de comida al lado y pequeños agujeros de ventilación. El fío había hecho mella en mis músculos entumeciéndolos así que me dispuse a prender la madera. Al poco de haber avivado el fuego escuché un ruido en el agua, asomándome llegué a tiempo para recoger al shugenja que estaba ya casi sin aliento, al borde de la hipotermia.



Después de calentarse decidió volver a tirarse al agua y regresar a la orilla. Por mi parte decidí esperar y aprovechando la deliciosa comida que tenía delante mío la calenté, pues bien es sabido que no soy ningún salvaje y me senté a comer. He de reconocer que el toque picante que tenía me resultaba un tanto fuerte, pero aún así estaba deliciosa, como pocos platos que hubiese probado antes.

Ese mismo picante fué el causante de que tras comer y disponerme a inspeccionar en profundidad la cueva me tuviese que quedar de cuclillas de espaldas al agua durante largo rato. A cada movimiento que hacía todas mis tripas se retorcían lanzando al exterior la comida y una cantidad ingente de agua hasta llegar a ser un chorro de agua.



Largo rato permanecí en esa postura hasta que un agujero en la zona en la que se abrían los agujeros de ventilación dejó entrar la voz del grulla. Con la comodidad de allí abajo me resistí un poco a moverme para subir hasta que finalmente el corro pareció remitir un poco y subí con cuidado ayudado de una pequeña soga que me tendía mi compañero.



Cuando nos reunimos con Sanetomo lo encontré tapado por nuestras ropas pegado a la hoguera y sin apenas poder moverse, tiritando fuertemente. Casi no sobrevive al ascenso con las bajas temperaturas del agua. Una tortuga con parsimonia pasó juguetona por el medio del improvisado campamento dejando algo tras de si, unos kanjis, “seguidme”.



El camino la llevó a una madriguera de conejo o tejón en la que se perdió. Unas risas infantiles salieron del agujero, agradeciéndonos el haberle entretenido tanto. Súbitamente un pájaro carpintero salió de allí y se posó en el árbol cercano picoteando alegremente su tronco. En nuestras cabezas la misma voz nos dijo que era un Saru, espíritu mono y que había jugado con nosotros. Las huellas eran suyas y de su cena, un venado, el plato de comida no eran más que bayas venenosas... como regalo por las molestias nos indicó que teníamos algo en el agujero. Una flauta que desde entonces me acompaña en todos los templos. Es bien sabido que pese a lo accidentado de nuestro encuentro con el espíritu del bosque siempre es de buen augurio encontrarse con uno de estos seres.



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