En el exterior entablé contacto con uno de los grandes del bosque, semi-dormido le dejé en su letargo. Entrando nuevamente al portal, al borde de la sala que me había contenido lo volví a intentar, 3 poderosas presencias aparecieron de inmediato. Se identificaron como 3 samurais fallecidos, shugenjas. Sus cuerpos en el fondo de la caverna, bajo el pedestal que me liberó. El descenso no fué fácil, nuevamente estuve al borde de la muerte, privado de mis sentidos, aturdido por la protecciones mágicas que me encontré en el descenso, grabadas en la piedra. Un nuevo rescate por parte de mis compañeros con cuerdas y mucho más cuidado solucionó bastante el rescate. Todos heridos conseguimos subir sus sayas y algún otro objeto, como un juego de pergaminos y un delicado juego de té. Más adelante los objetos fueron devueltos a las familias a las que pertenecían, Dragón, Fénix y Escorpión.
¿Porqué siempre me encontraba al borde de la muerte? ¿Que es lo que había elegido para...?, a las puertas del castillo lo entendí, la visión de los maestros esperándome en la puerta, a punto de anochecer con el sol acariciando los blancos muros, un instante, un relámpago que me atravesó, una eternidad en un segundo. Toda la creación pasó por mis manos para volver a comenzar de nuevo. Desde aquél día las leyes mortales dejaron de aplicarse para mi, por su puesto mi cuerpo podía ser destruido, después de todo no es más que carne y huesos, la parte importante...
Mi padre dejó como legado para mi su biblioteca personal, su colección privada. Dado que ni las ilusiones del sueño y del tiempo hacían mella en mi me centré en la lectura de los volúmenes. Entre ellos encontré algo que me llamó la atención, los diarios de mi maestro, su visión del tao. Por fin comprendí el retorcido amor hacia la única mujer que le quiso, sus prácticas, su distorsionada percepción... Levantando la vista de los libros atendí a la figura que esperaba en la puerta, mi madre.
- ¿Una taza de té?
- ¿Que vas a hacer con los volúmenes de tu padre?
- ¿Que es lo que quieres madre?
- ¿Vas a cederlos, destruirlos, conservarlos?
- Eres solo una mensajera pero te lo diré, los cederé a la biblioteca Asako.
- No soy una mensajera.
- Lo eres pero no puedes darte cuenta.
Cuando la energía que se orienta hacia uno es superior a lo que su ego le permite aceptar como real se produce el rechazo, tal como vino desapareció. Terminé mi lectura y como había anunciado a la mensajera de Kenji cedí todos los volúmenes a la biblioteca Asako, ellos sabrían mejor que hacer con todo aquel conocimiento. Sin mayor ocupación mortal comencé a pasear por el imperio. Según la gente del templo había permanecido más de dos años en
A medida que avanzaba algunos lugares “resplandecían” más que otros, algunos caminos eran más llamativos a mis ojos, las personas se movían exactamente donde tenían que hacerlo, todo funcionaba como un reloj, con gran precisión. Cientos de variables, cientos de resultados, una realidad.
En uno de esos lugares fué donde me quedé varios días me encontré con un “viejo” amigo. La primera aparición auténtica de mi difunto “maestro” Kenji. La charla me sirvió para enterarme que en aquella casa había pasado algunos años viviendo, hacía ya mucho, mucho tiempo y para algo más inquietante, se dirigía a ocupar su lugar entre las fortunas, según él se lo debía a sus seguidores.
Permanecí en meditación... no sabría decir cuanto, solo me quedé disfrutando del ambiente que envolvía aquel valle. Aquella tarde oscureció demasiado pronto, una tormenta se avecinaba, al fondo el eco de rayos en el exterior de la cabaña una presencia esperaba de mi. Como buen anfitrión salí a recibir a mi compañero Sanetomo. Tomando una taza de té me contó sus problemas como en los viejos tiempos. Ahora era la mano derecha del campeón de jade y como tal tenía que ocuparse de un gran problema para el imperio, una secta estaba cobrando fuerza, los seguidores de un tal Kenji. Su misión era acabar con el profeta de tal culto, un hombre llamado Asako Akinari.
Charlamos un poco más, los asuntos mortales y las ganas de matarme de medio imperio eran demasiado rutinarias para mi. El origen de aquel culto parecía haber sido mi gesto de ceder los volúmenes, ahora muchos de ellos clasificados de Anatema. Tratamos de quitarme las protecciones, sin resultado. La opción era el exilio. Cuando comentábamos la forma un grupo de hombres rodeó la casa. Algo más de una docena. Cuando salimos se retiraron las capuchas de la cara y se postraron. Como una oración comenzaron a recitar con una sola voz.
- La primera es la de la ignorancia, olvida los límites si te llevan al conocimiento, no te.....
Me quedé delante de Sanetomo que se preparaba para exterminar sus vidas. Al verme los cánticos cesaron con rumores “el profeta”.
- Marchaos a casa, repetís sus palabras como monos, no conocéis su significado. Olvidaos de ello, comenzad a pensar.
Se alejaron cabizbajos mientras nosotros volvíamos al interior dispuestos a cenar. Antes de separarnos tiempo después en la aldea del fin del exilio me pidió la ropa para llevársela, supuse que como prueba. Me envolví en ropajes más adecuados y antes de despedirnos le regalé la flauta Saru, para que me recordase tiempo después de mi partida. Nuevamente el camino fué marcado bajo mis pies, algo había que me retrasaba, una sensación de tener que esperar. Puede que un año después, no lo sé, mi sentimiento se vio correspondido. A la sombra de uno de los árboles, a pocos kilómetros de la primera gran ciudad gaiyin después de los límites del imperio me encontró. Su aspecto era mucho más demacrado y ajado pero era él, Tamori Sanetomo.
Había ido hasta su señor, confesado y una vez en el lugar en el que nos separamos partido, huyendo del sepuku. A partir de ahí sería mi discípulo.
Una caravana de esclavos nos cogió tiempo después, mejor dejarse llevar que caminar por el desierto sin agua ni provisiones. En cualquier momento podríamos romper los barrotes, limitaciones para los demás. Algo raro sucedió mientras viajabamos en la destartalada jaula, un grupo de 50 jinetes se acercó a la caravana, la voz del que nos señaló fué muy familiar, el ultimo campeón esmeralda que conocimos, Daidoji Jubei, rodeado de todo un séquito para asegurar su supervivencia.
Nos acababa de “comprar”. En el momento de bajar arranqué los grilletes de mis manos y de las de mi compañero, saludando a Jubei que se encontraba quitándose mantos de ropa delante nuestro. Mientras lo hacía con visible ira nos contó que toda la familia del dragón había sido ejecutada y sus cabezas puestas en picas, como advertencia para los desertores de su deber, en shock por sus palabras y antes de poder reaccionar vi como la cabeza del dragón se había separado de su cuerpo.
- Contigo seré más civilizado.
No permití que nadie tocase su cuerpo, todo el ritual funerario corrió a mi cargo, bajo el único árbol que había sobrevivido en aquel lugar.
La vuelta al imperio fué cuanto menos interesante, rodeada del séquito del campeón esmeralda, charlando con mi compañero poniéndome al día de la situación desatada por la secta, el clima general... mi única petición era poder solucionar algo de todo aquello antes de que se me ejecutase, si así es lo que disponían.
En el imperio habían pasado muchos años desde el momento en el que comprendí, muchos sucesos importantes, el primero de ellos, no había emperador, ni Shogun, incluso Sezaru había muerto. El segundo fué lo que nos encontramos en el momento de entrar en la aldea del exilio. Antes de huir Sanetomo le había dado la flauta Saru a Jubei, al igual que yo lo hice con él en su momento pero el grulla la había roto en dos lanzándola a ambos lados del camino. Ahora, en aquellos lugares dos grandes bambús se elevaban con fuerza y vigor, “un regalo de la naturaleza”.
Tras la vuelta, con todo el revuelo de su llegada habló con el campeón de jade, el que originariamente había ordenado mi muerte. Llegaron a alguna especie de acuerdo o como quiera que se considere en aquellos círculos. Mi ejecución sería cancelada pero a cambio debía erradicar aquella secta y llevar todas las copias de los manuscritos de Kenji ante ellos. Un favor pedí a cambio, que a Sanetomo se le considerase fortuna de la amistad.
Las peleas que continuaron fueron solamente desde un bando, aquellas personas no podían, no estaban en condiciones. Cerca de 40 años mortales recorrí el imperio dando caza a todos aquellos fanáticos que se basaban en las palabras de una visión fragmentada, una visión que no era la suya, para arrastrar a otros según sus fines. Una a una, de las manos de los cuerpos inertes fuí recogiendo las copias. Dos cosas mereces saber ahora joven alumno.
La primera que fué en aquel bosque, rodeado de los árboles más verdes del imperio, aquel bosque “maldito” por muchos, “embrujado”, dentro de mis tierras la hallé. Aquella que mi maestro codiciaba, que le había llevado a todo aquel absurdo plan, a mi madre, a todas aquellas personas que por sus vivencias pasadas habían sido conducidas a esta encarnación una vez más para sufrir... la sexta puerta.
La segunda que toda la secta calló bajo mis manos, alzándose en el último bastión, en un gran templo de piedra la gran sacerdotisa con sus guardianes. Tras de ellos una estatua en mármol del infame personaje. El último día de mi madre en el mundo.
Toda fortuna merece su templo, aquella piedra merecía mejor uso, y mi obligación era dársela. Después de varios días de trabajo llegó el resultado, la que había sido la imagen de un infame se convirtió en la imagen de Tamori Sanetomo, para mi, la fortuna de la amistad.
Dejé todas las copias frente a Jubei como última premisa. Su pelo se había vuelto blanco completamente y su rostro reflejaba los surcos de la edad y las preocupaciones, tenía nietos y sus hijos campaban por el mundo como lo hiciéramos nosotros antes de ellos. No le quedaba mucho tiempo de vida, en aquel momento me envidiaba, no envejecer, siempre joven... no comprendió el significado de las lecciones de meditación que le diera hacía tanto tiempo. Tenía una última voluntad que quería que cumpliera. Había escuchado una leyenda y quería que fuese real, la gente de la aldea del exilio decía que mientras aquellos bambús permaneciesen verdes un Henshin errante protegería el imperio, aquella quería que fuese mi tarea.
- Cuando el último Hantei caiga lo hará Asako Akinari, protector del imperio.
Ese fué mi último regalo, satisfacer su honor pese a que no comprenda aún lo que los planos de existencia representaban. El día de su entierro estuve presente y dejé en su tumba una hoja de papel de la que solamente había hecho dos copias, una para él y la otra para Sanetomo, la cual coloqué tiempo después. El contenido de esa hoja era la culminación de mi Tao, la visión del camino que me guió hasta donde hoy me encuentro.
----------------------------------------------------
La primera.
Silente, tranquilo e inmóvil como una estatua, llegará. El centro comenzará a hacerse más consciente, y la sombra de lo que nunca perdiste volverá de nuevo a ti. Disfruta de este estado pues será tu base, lo que te haga avanzar.
La segunda.
El siguiente paso te llevará a través de los sentidos hacia el mundo intangible que se extiende a tus pies, cambiante mas siempre el mismo. Todo aquello que te rodea guiará tu senda, fluye como el riachuelo a través de las rocas.
La tercera.
Después llega la lucidez, la visión de lo vivido y la aceptación de lo venidero, avanzar rozando tan solo la superficie. Acariciar todo sin aferrarse a nada, sin juicios ni valores, en la dirección ya marcada. Ser uno con los movimientos que guían los actos.
La cuarta.
El camino se manifiesta al fin como real, la senda queda acotada. En la mente se situará la última barrera, aquello que no ha de ser, lo que vendrá, el apego a si misma, los deseos. Todo eso ha de ser trascendido, pues el control no pertenece al siervo, y es el amo el que reclama las riendas.
La quinta.
Inmaterial, terrena, perfectamente tangible. Siempre contigo, a la sombra de tu propia luz, de tu acción. Se abrirá con presteza en el momento justo dejándote entrar nuevamente, llevándote hacia la continuación del final. La rueda cesará su movimiento y al fin podrás entender.
La sexta.
La entrada sin puerta, a partir de aquí dejamos de ser independientes para volver a la fuente, ser nuevamente. Uno con todo.
Este último regalo no puede ser expresado con palabras, no son necesarias en él. Dejo aquí una pequeña flecha para que tu camino se vea guiado en el nuevo mundo en el que te aventuras, para que encuentres la senda, atravesando las palabras, caminando sobre ellas. Nos volveremos a encontrar compañero.
“La luna en las olas, ahora separada, ahora unificada.”