Los incidentes con los magistrados y sus obligaciones son un tema del que no comentaré nada salvo que las sospechas de Sanetomo acerca de uno de sus hombres eran más que vividas en esa última época.
Algo sucedía, no podía ver el que pero si podía sentirlo. A mi alrededor las fragancias que traían el aire comenzaban a hablarme, a retomar en mi recuerdos de pasadas estaciones, años atrás, en los pies del castillo, la tierna infancia. El rumor del agua amortiguaba algo más, fluía a contra corriente.
Comentándole mis inquietudes a Sanetomo le pedí que me acompañase hasta mis tierras. La guerra entre mi clan y la Mantis azotaba nuestras costas. Estos, acusaban al fénix de mentir, acusándoles de practicar Maho, mientras que los míos habían encontrado un pergamino negro en posesión del clan de ... piratas.
La idea fué bien acogida por mi compañero. Cuan lejos quedaban los días en los que nos conocimos. Su primo Hirokumi acababa de fenecer hacía pocos días en la batalla a manos de Iuchiban y él había sido enviado para unirse a nosotros, en la aldea en la que asesinara a los dos jóvenes kakita... En aquel momento su testimonio hubiese sido contrario a mi, si por él fuese en estos momentos estaría retomando mi forma corpórea en un pequeño recién nacido, y ahora... era uno de los más fieles amigos que había tenido nunca.
Antes de partir preguntamos a Jubei si deseaba venir con nosotros, pero aquel año su mujer era la que elegía la corte en la que pasar del invierno. Curioso me pareció siempre que un hombre como él se casara con una cortesana de su mismo clan, de la cual dos cosas resaltaban, la primera una gran belleza, la segunda que solo la había visto una vez, el día de la boda, un breve encuentro.
Caminamos hacia mis tierras, disfrutando del viaje, cada vez más liviano, más ligero, más centrado. En medio del mismo apareció un palanquín en la misma dirección que seguíamos, en el que viajaba una dama escoltada por dos hombres y su marido, Jubei. La cortesana había escogido la corte fénix para pasar el invierno puesto que sería a la que el emperador asistía y había una guerra cerca, cosa que a su marido parecía gustarle.
Durante el viaje compartimos parte del camino con ellos, otras partes avanzamos en solitario deteniéndonos en todos los templos del camino. En una aldea de camino nos encontramos en la posada con unos jóvenes samurais que nos invitaron con gran respeto a sentarnos junto a ellos, se dirigían hacia la guerra, hacia la costa. En el momento en que nosotros entramos se hallaban charlando con un boticario, sabio en sus palabras. Para ellos era un excelente augurio haberse encontrado con dos Henshin en el mismo día. Otro de los míos andaba por aquellas tierras, debía verle. Las diferencias del camino de cada uno de los nuestros. Los samurai me describieron la sensación que transmitía aquel hombre como calma, en cambio la que les transmitía mi presencia era la de duda. La duda que en ese momento creía que activaba la conciencia.
Al final del día siguiente y tras mucho buscar encontré a un hombre de aspecto sereno, pelo rapado, túnica sin ningún mon, y un rostro sumamente peculiar. Las ventanas de sus ojos estaban abiertas a las experiencias, o tal vez, eran las que reflejaban las mismas. Tras una pequeña charla y mencionarle que no recordaba su nombre, después de presentarme, me lo “repitió” según mi visión, según la suya me lo dijo por primera vez, su nombre era Asako Toshi, el daymio de la familia Asako, el responsable del cambio en la filosofía de los Henshin, el cambio de orientación del camino del hombre.
Nuestra charla fué incomprensible para oídos ajenos, en primer lugar porque en muy rara ocasión fuera de nuestra orden un daymio podía ser tratado como a un compañero más, como lo que realmente es, un amigo del camino, y en segundo lugar, porque la mayoría de las palabras que ambos pronunciábamos no tenían significado por si mismas, movían energías más sutiles.
Me contó que tras mi marcha y ante el vacío que había dejado, sin ninguna noticia en los casi 3 años que había permanecido fuera, habían enviado a un... “sirviente” para que me trajese a casa, bien vivo y colaborando, bien de cualquier forma. También me preguntó si ya estaba listo para recibir el segundo de los misterios, lo que a mi me sorprendió pues el único misterio que me faltaba por vislumbrar era el quinto, el que cerraba el camino al uso.
Una mención más que especial por su parte fué para un miembro de la orden, por el cual se cambió de dirección, Asako Oyo, un monje, el único hasta el momento que había aprendido los misterios por si solo, sin ayuda de ningún maestro. El precio a pagar su cordura. Varias veces trataron de pararlo pero parecía que siempre sabía que venían, los senderos del vacío parecían guiar sus pasos. Al final su locura remitió, por suerte para él.
- Quizá por el mismo motivo nuestro hombre no te encontró en casa cuando fué a buscarte.
Tras aquel gratificante encuentro nos dirigimos hacia el castillo Asako sin más incidentes.
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