Cerca del bosque Isawa nuestros caminos se separaron de los del Shugenja que había escogido ir a combatir a las tierras del clan de la liebre mientras que nuestros pasos conducían hacia las tierras de mi clan. En el poblado siguiente nos encontramos una partida de samurais del clan Fénix que se dirigían hacia el norte. Estableciendo conversación con ellos nos contaron que su destino era el mismo que el nuestro, al parecer con similares intenciones, defender el castillo. Compartimos nuestras informaciones con ellos. La prisa les invadió tras nuestras palabras alegando que debían encontrar a su señor con presteza.
Antes de la cena me encaminé hacia el templo. En el camino, a la orilla del río me crucé con un hombre que se encontraba meditando a sus orillas, algo en él me llamó la atención. Se presentó como Isawa Nakamuro. Mi presentación pareció innecesaria puesto que estaba muy bien informado de nuestra presencia allí y de todo lo relacionado con la invasión. Por supuesto aquel hombre era el superior del pequeño grupo, además de ser el maestro elemental del aire. Tenía un gran interés por mi y por si el grupo iba a combatir en el castillo Isawa o en otro destino menos común. Siendo totalmente sincero le confesé que tenía mayor preocupación por lo que había detrás del castillo que por la fortificación en si. Charlamos un rato más como compañeros, al fin y al cabo lo que éramos antes de despedirnos.
De vuelta en la posada comuniqué al grupo que el compañero ya había sido puesto al corriente. Ofendidos me “corrigieron” tratando de que tomara en más consideración a su señor, pero siendo gente de mi propio clan, sabedores de las rarezas de los Henshin aceptaron con bastante facilidad mis explicaciones, he de decir que tristemente más guiados por la costumbre que por entendimiento.
A la mañana siguiente ya no se encontraban allí y en solitario nuevamente seguimos el viaje, adentrándonos en la espesura.
El único que parecía disfrutar de la travesía por aquel bosque era yo, puesto que los samurais se mostraban muy recelosos de todo lo que nos rodeaba. En parte tenían razón pues en medio del mismo un grupo de Maho Tsukai nos atacaron. La peor parte me tocó a mi, siendo maldito por uno de los brujos encontrándome cada vez peor, algo parecido a una pulmonía me aprisionaba el pecho. Seguramente me quedarían unos días de vida.
Salimos de la espesura y en la llanura nos encontramos en la llanura numerosos grupos de samurais de varios clanes reuniéndose en la preparación para la batalla. Minutos después un grupo de inquisidores salió detrás nuestro después de haber limpiado parte del bosque. Todo aquel contingente se dirigía a la parte de la batalla mencionada por el maestro del aire Gisei Toshi, la primera ciudad.
Uno de esos inquisidores se acercó a mi y saltando sobre mi cuello dejó reposar su cuchillo mientras me hacía una pregunta bastante rutinaria.
- ¿Sabes que estás manchado?.
Hablando con él se relajó y apartó el cuchillo de mi cuello esperando a que termináramos de explicarle todo lo sucedido. Asegurándose de que mi estado no representaba un riesgo para el resto centró su atención en el encapuchado que nos acompañaba. Con él no contuvo su cuchillo y antes de que pudiésemos pestañear estaba muerto en el suelo.
Aquel ejercito no tenía como objetivo defender la ciudad si no lo que se encontraba dentro de ella, nemuramis, al menos una de las espadas de sangre, puede que alguno de los pergaminos negros de Fu Leng y lo más importante para mi, alguna de las partes originales del Tao de Shinsei.
La batalla comenzó un par de días después de nuestra llegada. La fiereza de los Maho fue incrementándose a medida que los cuerpos poblaban el suelo, elevándose para servir a su nuevos y oscuros señores matando a los antiguos camaradas.
Los horrores de la guerra no deberían ser reproducidos salvo por un poderoso motivo, como tal es mi creencia solo mencionaré algunos detalles para que se pueda vislumbrar lo que quiero se vea tras de toda aquella violencia. El primer día se forjó mi destino en la batalla, mientras mis compañeros defendían la entrada del bosque y las murallas me quedé cerca de las capillas en las que se custodiaban los objetos de poder. Un samurai de mi clan apareció frente a mi, en el suelo siendo atacado por dos muertos vivientes. No paré hasta reducirlos recibiendo el daño destinado al camarada, llevándolo tras de eso a que curaran sus heridas. El samurai en cuestión era un comandante del ala celestial del Fénix, el cual se mostró sumamente agradecido y en deuda conmigo encontrando a un Shugenja y usando su influencia para que retiraran de mi la maldición que me aprisionaba, salvándome así la vida.
Como gratitud a partir de aquel momento combatí a su lado. Entre las múltiples escaramuzas destacaré solo el momento en el que servimos de protección a Toku, fundador del clan del mono en las labores de exploración y reconocimiento del frente. La fortuna me guió junto a mis compañeros en momentos clave, como el que nos enfrentamos a uno de los más fieros enemigos, una invocación de los Maho en las ruinas del bosque. Una criatura creada con la sangre de innumerables víctimas, que se regeneraba a cada golpe recibido, atacando con renovadas fuerzas. Aquel encuentro casi me cuesta la vida, terminando el combate en un lamentable estado pese a lo cual la criatura huyó antes de que termináramos con su vida.
Otro de los combates fué contra el mismo hombre que días atrás había perdonado nuestra vida frente al orbe de sangre. En singular combate se enfrentó contra nosotros y vendió cara su piel llevándose el ojo izquierdo del grulla.
El último día reponiéndome de las repetidas heridas me alejé de la división del ala celestial que hasta aquel momento había sido la mía y me volví a situar en la retaguardia, al frente de las puertas de los templos. Dos cosas que el imperio debería haber llorado sucedieron aquella mañana, una recordada por todos, otra solo por los más cercanos.
La primera fue la muerte de Toku, la cual fuí testigo en la distancia. Un grupo corría en la distancia encabezado por Toku, con su hijo a la zaga y el que me pareció Togashi Satsu campeón del clan dragón tras de él. En frente de la ladera se detuvo dejando en custodia de su hijo algo que portaba, girándose se dispuso a encarar a su rival que no era otro que Asahina Yajinden, el forjador de las espadas de sangre, mano derecha de Iuchiban. El combate colapsó la ladera derrumbándose sobre ellos llevándose la vida del campeón, como más tarde se vería no así la de Yajinden.
La segunda fue la muerte de Mirumoto Hirokumi en desigual batalla contra Iuchiban en persona. Largas plegarias han sido las que he rezado por él desde ese momento, un gran hombre.
Desde mi posición no pude ser testigo del último acontecimiento destacable de aquella batalla cuando Shiba Aikune se enfrentó a Iuchiban y movió la ciudad al completo a un lugar desconocido alejando los objetos allí guardados del alcance de los Maho Tsukai.
La batalla había concluido y todos nos retiramos al no tener nada que defender en este momento. Jubei entregó el Daisho del dragón a su familia y ambos emprendimos viaje nostálgicos por la falta de nuestro compañero. Como pronto corroboraría las tristes noticias no pueden venir solas.
El destino fijado eran las tierras del grulla para atender la llamada de su dojo postergada por los acontecimientos. En el camino y tras uno de los informes rutinarios por medio de su halcón recibió una trágica noticia, la muerte de su madre.
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