Ese mismo día aprendí una cosa, en mi estado más allá de la vida, tras las rupturas naturales del tiempo y el espacio quedé anclado a mis compañeros, pudiendo moverme únicamente dentro de su rango de visión. Mi energía no estaba conmigo y con el paso del tiempo necesitaba reposo en... no debería mencionar aquel lugar, lo creé únicamente para mi diversión en aquel juego, después de aquello...
Dos visitas pedí realizar, una a mi padre, la última vez que le vería vivo. En una celda, esperando su castigo, todo había sido dispuesto para que heredara su biblioteca personal, grande fué su sorpresa cuando me vio como fantasma, su idea era que había vuelto solo para atormentar su existencia en esos últimos días... pobre hombre.
El otro hombre al que vi fué a mi compañero, al jefe de nuestra orden. No entendí sus palabras ni comentarios debidamente hasta mucho tiempo después. En nuestro último encuentro me advirtió, no completamente, aún se le escapaba gran parte de lo que se ve en el sendero que había escogido, el camino que él había alejado de la orden.
El viaje con mis compañeros me llevó hasta el espinazo del mundo, a una pequeña cabaña escondida al pié de las montañas. Hasta aquel momento no sabía que era lo que hacía allí, pronto me daría cuenta de que mis sospechas que tenía eran fundadas. En el interior de la sala una enorme criatura se encontraba sentada en la mesa con tres figuras más a sus lados, en una aparente ceremonia de té. La mole era un “comunicador” para alguien más importante... el señor de los perdidos, Daigotsu. El motivo de nuestra presencia ahí era el acudir como testigos del duelo que Jubei había pedido contra Asahina Yajinden ... perdón el ahora conocido como Daigotsu Yajinden. Los dos testigos, el señor del retados a través de su peculiar intercomunicador y un maestro duelista del “clan” de la araña.
El duelo no fué lo importante, Jubei venció sin muchas dificultades. Lo importante de ello fué la posterior firma de dos magistrados imperiales en los registros reconociendo que aquella “aberración” a los ojos del imperio había tenido lugar. Lo preocupante tuvo lugar en la casa, cuando Jubei entró a hablar a “solas” con Yajinden. Lo bueno de un ser incorpóreo es poder avanzar hasta lugares que deberían estar prohibidos. A la espalda del forjador paseando por la habitación escuché la petición, Jubei requería una espada al hombre, una que no le corrompiese como las que había forjado con su señor Iuchiban. Las peticiones de este fueron claras, reunir la vieja hoja de su padre, parte de la cual formaba ahora su Wakizashi , algunos objetos únicos, que le representasen y ante todo, lo primordial, separarse de aquella hoja que portaba, mi regalo, la espada de Kokujin.
La vuelta nos llevó a rodear y acercarnos a la que había sido mi prisión en vida durante los últimos dos años. Es curioso cual puede llegar a ser el poder de un Henshin, sin caparazón mortal, siendo “expulsado” de su propio cuerpo alterar el tiempo, regresando al lugar de su partida mucho antes de completar su pequeño viaje, llegar antes de partir... Para mi sorpresa cuando llegamos el edificio aún estaba en pié, todo exactamente igual al momento de mi llegada.
Discursiones, peticiones, órdenes... el ser humano. Tras todo aquello el dragón accedió a abrir un poco el portal y permitirme entrar. Al fondo mi cuerpo suspendido en la misma postura en la que aquel niño pequeño fué a su encuentro. A medida que avanzaba el aire se hacía más pesado, el ambiente se condensaba y pese a que no necesitaba respirar el pecho me oprimía, cada paso me retrasaba más y más. Varios golpes elementales cayeron sobre mi dejándome débil recuperando la noción de mi mismo en el exterior del recinto, al otro lado de la puerta, tras mis compañeros.
Jubei decidió entrar abriendo por completo la puerta dejando la katana y el wakizashi al cargo del dragón, por si le pasaba algo... Los mismos envites que recibí al entrar fueron a parar a él, su cuerpo se estremeció varias veces mientras los golpes de los elementos caían sobre aquel que se aventuraba hacia el prisionero.
La inscripción de la puerta por unos segundos se hizo clara para mi.
“Aquí fué sellado el mayor criminal del imperio”
Jubei llegó al cuerpo, moviéndolo, inerte. Con su tanto clavó un par de veces la hoja en el tórax, no hubo señales de respuesta salvo... en mi propio pecho intangible se fueron haciendo visibles dos heridas, el daño de aquel cuerpo todavía estaba ligado a mi. Al lado del cuerpo, donde se elevaba el pedestal se encontraba la salida, la unificación. El grulla tuvo un nuevo combate con la hoja que portaba, su mano pudo controlar el golpe que pretendía cercenar mi cabeza, dejando acto seguido libre el cuerpo de sus ataduras.
Mi siguiente visión fué nuevamente desde el interior de mi cuerpo. La claridad de lo vivido, la relación de todos los sucesos con mi mera voluntad... la creación de Kenji a través de mis propios pensamientos, una forma de dar relevancia externa, constancia, de los movimientos internos. Todos los ataques, todos los golpes, insultos, conflictos, absolutamente todo había sido creación mía... El quinto misterio no era tal, la puerta había sido cruzada antes de nacer y... no me había dado cuenta.
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