Misión (3)





La noche terminó de cerrarse a nuestro alrededor mientras nos adentrábamos más en la espesura. Liderando nuestra marcha el explorador Moto. El resto esperábamos pacientes, salvo el ronin, Ryoga que permanecía siempre apartado unos pasos del grupo, lamentándose de haber sido reclutado por el magistrado para semejante misión. Varias horas permanecimos siguiendo rastros, cada vez más cansados y desanimados. Cuando nos encontrábamos tanteando la posibilidad de volver y continuar la búsqueda por la mañana el Moto nos dio el alto con un gesto rígido, había encontrado algo.



Como un experto cazador se internó en la espesura entre los arbustos haciendo el mínimo ruido posible.

Poco se hizo esperar esta vez, volviendo con una cara bien distinta, complacido. Había encontrado a cuatro trasgos, algo diferentes de los “comunes”, más altos, ágiles y hablaban rokuganés de forma fluida.

El pequeño grupo estaba recolectando madera en 3 grandes fardos a las espaldas de los miembros más fornidos, el más endeble de ellos era el que daba las órdenes y según nuestro compañero no había dejado de apresurar a sus compañeros para no enfurecer al amo.



Puesto que no disponíamos una mejor pista seguimos a las extrañas criaturas hasta el corazón de la arboleda donde nos encontramos con un luminoso claro. En su centro se alzaba una cabaña de madera, su destino.

Una vez dentro de la misma se escuchó el ruido de los pesados fardos siendo descargados de forma poco... delicada. Una de las criaturas, presumiblemente el jefe vociferaba con otra voz mucho más fuerte y clara, una voz casi humana.



En el punto más álgido del griterío la puerta se abre dejando salir a la lamentable criatura atemorizada, dando pequeños pasos hacia su espalda pidiendo perdón hacia el interior. Su expresión cambio a temor puro cuando del marco asomó una mano apuntando hacia él. La reacción de huir de poco le sirvió. En el momento en el que giró sobre si mismo para tratar de huir quedó paralizado llevado por un enorme dolor manifestándose en un grito apagado, sus brazos comenzaron a separarse mientras la pobre bestia se erguía más y más en un vano intento por mitigar su sufrimiento. Un terrible golpe, desde el interior de su pecho le quitó la vida. Un fuerte crujido en su pecho, el mismo que lanzó su cuerpo por los aires para terminar aterrizando boca abajo en el camino, el mismo tipo de herida que habíamos visto en la cabaña del poblado.



- Os dije que quería madera VIVA- paladeó con un macabro gusto aquella palabra- talad los árboles, ¡traédmela!

- Aquél es una advertencia, los próximos rendirán cuentas ante el maestro.



Miradas entre los compañeros y algún disimulado gesto hizo que los más impacientes detuvieran sus impulsos más que evidentes y permanecieran quietos en su posición.

Los trasgos obedientes salieron nuevamente con los fardos de leña de la cabaña, tras tirarlos en un lateral del pequeño claro recogieron el cuerpo de su “camarada” inerte y tomaron la dirección desde la que los habíamos seguido devolviéndole la tranquilidad que antes tenía a la zona.



Por nuestra parte nos organizamos como mejor pudimos, formando un semicírculo rodeando la cabaña, a una distancia prudencial de la zona por la que habíamos venido. Los compañeros de cada lateral no estaba a más de dos metros de mi, por lo que la ayuda sería inmediata en caso de necesidad. Si aquel era el alumno el maestro tendría que ser... muy peligroso. Adoptando postura de meditación me dispuse a esperar su llegada, sintiendo lo mejor que podía la zona, listo para actuar ante cualquier cambio. Lo que apareció era algo para lo que no estábamos preparados.



Ninguno de los vigilantes vimos el lugar desde el que había venido, un encapuchado de enorme altura y gran porte se encontraba delante de la puerta. Su mera presencia hizo que nos estremeciéramos y durante unos intentas pugné con la tensión que atenazaba mis músculos anclándome al suelo. Haciendo acopio de toda mi voluntad recuperé su control, justo a tiempo para seguir a mis compañeros que ya se encontraban avanzando estratégicamente a toda velocidad hacia el poblado. De entre todos ellos el único que parecía haber recobrado su ser era Jubei que avanzaba como buen grulla a una excelente velocidad. Cabe destacar también que el compañero Mirumoto Hirokumi, en un gran alarde de valor por su parte, comenzó a gritar a pleno pulmón durante su carrera, acompañando esta con amplios giros de sus brazos en un noble intento de llamar la atención de nuestro enemigo sobre si mismo en el supuesto de que semejante criatura nos estuviese persiguiendo. Afortunadamente su esfuerzo no fue necesario puesto que nadie nos siguió en aquel momento.





Al salir de la espesura y antes de entrar en el pueblo recuperamos aliento unos instantes, aquellos que habían intentado atraer la atención sobre ellos estaban mucho más cansados que el grulla y yo mismo. Una mirada a cada cara... el ronin no estaba. Rioga se había perdido o tal vez había sido atrapado. La prioridad ahora era la de proteger a nuestro custodio y mantenerlo alejado de aquel ser del bosque.

Un alboroto llegaba del pueblo a medida que nos acercábamos y para nuestra desgracia se congregaba alrededor de nuestra casa. Alrededor del edificio una muchedumbre de casi un centenar de personas gritaba acaloradamente exigiendo un linchamiento, pedían su cabeza. Los gritos exigían justicia, culpando de todo lo sucedido al “Monstruo de ahí dentro” y otros improperios que no merecen ser repetidos aquí. A la cabeza de todos ellos, frente a la puerta principal se encontraba el comendador alentando a tomar la casa.

Abriéndonos paso entre la multitud llegamos hasta la puerta. Jubei entabló conversación con el Icoma. Este aseguraba que el magistrado no respondía a sus peticiones y había permanecido encerrado en la casa escondiendo a aquél criminal, encubriendo sus macabros crímenes y exigían explicaciones por tales actos. Me extrañó mucho que un hombre como el señor Masao permaneciera escondido en semejante situación, pese a no conocerle apenas la impresión que me había llevado de él era la de un hombre recio y honorable, el comportamiento que mencionaba aquel hombre no me parecía... veraz.



La multitud se relajó unos instantes cuando escucharon que entraríamos en la casa a buscar al magistrado y volveríamos con él para aclarar la situación. Llamando a la puerta y tras hablar con un asustado criado entramos en el edificio volviendo a asegurar la puerta con un macizo madero transversal. Caminando hacia el salón en busca del magistrado nos encontramos con la señorita Yogo en el pasillo alerta, con una cara que reflejaba gran preocupación.



- ¿Viene Masao con vosotros?



Como un jarro de agua fría fueron recibidas sus palabras.

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