Nuestros pasos nos condujeron en primer lugar a las tierras dragón, a la escuela Mirumoto para que Hirokumi pudiera atender los asuntos propios de un samurai.
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Aquella misión, la velocidad... algo no andaba bien, pero claro, por aquel entonces los entresijos de la vida de un guardián imperial eran aún muy nuevos para mi.
Como tiempo atrás escribí, nos encontrábamos en las tierras dragón, de camino hacia la ciudad imperial. El aprendizaje en el dojo Mirumoto había sido completado y ya podíamos movernos nuevamente. La estancia había sido cómoda para mi, ya que la austeridad de aquellas cumbres me recordó en cierta medida a las tierras que me habían visto nacer.
Un mensaje nos esperaba en la caseta de magistrados del pueblo antes de irnos. El magistrado Kitsuki Masao había encomendado a sus dos guardianes la búsqueda de un Shugenja, Iuchi Katamari, del que se habían tenido noticias cerca de tierras unicornio.
La mejor opción para aquella travesía era rodear el espinazo del mundo y avanzar por caminos imperiales, un recorrido de posiblemente varios meses, presumiblemente para el final de las guerras de verano. Como monje aquello no me afectaba pero si a mis compañeros, especialmente a Jubei por la reciente alianza León – Grulla, en respuesta a los ataques del Unicornio.
El viaje no presentó ningún problema hasta llegar a aquel pueblo. Por motivos que no pueden ser revelados omitiré su nombre y el del camino que fue mostrado. En la entrada del mismo un monje del clan del dragón nos esperaba con un ofrecimiento. Con gran sorpresa parecía conocernos perfectamente y con familiaridad comenzó a hablarnos.
Su señor nos enviaba una invitación a través de él para que pudiéramos atravesar sus tierras y pasásemos al menos una noche en su casa. El monje se negó a revelar el nombre de su señor pero si que nos mostró algo a cambio. A su espalda, surgido de la nada un camino apareció
- El camino de los elegidos.
Los dos samurais permanecieron dudosos, en especial el grulla, obsesionado por los poderes ocultos y sus largos dedos. Tras indagar en el pueblo acerca del monje y con mi convencimiento de sus buenas intenciones tomamos el camino que nos había ofrecido.
Aquel extraño sendero nos llevó hasta un pequeño templo, al final del camino junto al borde del precipicio, en el que pasamos la noche. Pese a estar dedicado a una de las fortunas mayores era un templo bastante austero. La costumbre dictaba que todo aquel que pasase por allí depositase en él algo suyo, un presente propio. Los nuestros fueron, un dibujo por parte del grulla, una pequeña estatuilla como ofrenda del dragón y por mi parte un poema kaiku.
El abad extrañado nos preguntó que es lo que un grupo como el nuestro hacía en un lugar como aquel y que hacia donde nos dirigíamos puesto que el camino finalizaba allí. Tras conocer nuestra historia nos dijo que si ciertamente eramos invitados el camino aparecería para nosotros y solo para nosotros.
La noche avanzó lentamente hasta que unos ruidos nos despertaron. Saliendo del templo pudimos verlo. El camino no podía ser más irreal. Una escalera emprendía ascenso desde el borde del precipicio hacia el cielo, ascendiendo más allá de las nubes. No podría describir la sustancia de la que estaban hechas, a primera vista parecía cristal, del más fino corte más, su resistencia nos permitía ascender en paralelo a los 3 junto con los corceles de los samurais.
El ascenso fué muy duro. A medida que tomábamos altura la escalera se iba estrechando, el aire iba faltando en nuestro pecho. Pronto tuvimos que avanzar en fila, con los caballos sujetos, tratando de tranquilizar un nerviosismo cada vez más patente. Tras pasar un banco de nubes el caballo de Hirokumi se encabritó y se despeñó con todas las pertenencias de este en sus alforjas, armadura, equipo, comida...
El resto del ascenso resultó monótono. De la estancia en el templo del cielo guardo vagos recuerdos, igual que en un sueño que solo deja pequeños retazos de su paso por la mente.
Una interesante y tranquila charla con el campeón del clan dragón, el regalo de una armadura idéntica a la perdida por Hirokumi y mi encuentro con las ordenes tatuadas.
Disponiéndome a pasar la noche en alguno de los templos caminé por la gran plaza hasta que un Hitomi se plantó en frente mio a escasa distancia. Traté de presentarme pero fué inútil. Viendo que no obtenía respuesta traté de flanquearle para proseguir marcha, cosa que no me permitió en dos ocasiones. Decidido a observar me dispuse a sentarme a meditar... aquello no debió gustarle puesto que su respuesta fué una enérgica patada hacia mi cara. Tras bloquear lo mejor que pude el golpe me levanté recibiendo ahora una reverencia del hombre antes de marcharse.
El lugar del primero fué ocupado a escasos pasos por un segundo en la misma posición que nuevamente me cortó el paso. Este menos paciente que su predecesor comenzó atacando y tras un par de envites, saludó y se fué. El siguiente no vino solo, 7 de sus compañeros le acompañaban con las mismas intenciones. Antes de recibir el primer golpe un puñetazo salió en dirección al más grande de ellos dejando su mandíbula en una posición antinatural y su cuerpo reposando tranquilamente en el suelo. El resto dieron buena cuenta de mi, dejándome dolorido en el suelo.
Los motivos que les habían llevado a tales acciones eran muy claros, en mi camino había puesto el pié en una baldosa, completamente igual a las demás, en la que no debían ponerse los pies y por lo tanto habían decidido aleccionarme como a uno de ellos. Según sus costumbres los jóvenes recibían, no recuerdo las palabras empleadas pero en mi vocabulario “Apaleamientos” encajaría bastante bien, rutinarios para fortalecerles, por supuesto más suaves que el mio pero al tener ya de cierta edad habían estimado oportuno acelerar y concentrar todo el proceso.
Dando por completado el aprendizaje de aquella noche me invitaron amablemente a contemplar a su gran dama luna, que aquella noche brillaba casi llena en el cielo. El fervor se apoderaba de ellos cuando la mencionaban bien las hacía merecedores de su apodo de lunáticos. Declinando amablemente la invitación proseguí camino con dificultad, lo más deprisa que las heridas recibidas me permitían, quedaba demasiado por ver y poco tiempo.
Mientras avanzaba otro monje se acercó a mi, esta vez un Hoshi que me invitó a tomar el té con él. Aceptando la invitación y su ayuda para avanzar nos dirigimos hacia un pequeño templo. Una vez en él el hombre me tendió todos los utensilios de la ceremonia tradicional del té y esperó a que empezase la preparación. Desconocedor de las costumbres de aquellos lares comencé a realizar la ceremonia.
En mi estado y como era de esperar la ceremonia no salió todo lo bien que cabría y el té presentaba un sabor... El monje también lo noto y dejándose llevar por su sinceridad lo escupió en mi cara. Atrapándome con el mismo sabor y con la sorpresa de mi anfitrión tras casi ahogarme al tragar tuve que hacer lo mismo en su cara.
Conversamos un poco más hasta que su curiosidad hizo que me preguntara acerca de las heridas que portaba, tras enterarse de lo sucedido se levantó y comenzó a caminar por la plaza. Siguiéndole con la mirada pude ver como se acercaba a uno de los monjes que me había introducido en sus costumbres y respondía a su saludo con un impresionante golpe en el pecho de este, lanzándole por los aires.
El agredido se levantó y antes de que pudiera decir nada el agresor le dijo con voz jocosa
- Esto es de parte de mi compañero, en pago por lo de antes.
Conocedores de alguna gracia que para mi era ininteligible ambos rieron y prosiguieron su camino. El Hoshi continuo repitiendo la escena con todos y cada uno de los monjes que observaban la luna.
Dando por finalizado aquel encuentro me dirigí hacia la última de las órdenes tatuadas, la de los Togashi que se encontraban charlando en un pequeño círculo alrededor de una pequeña fogata. Al verme se prestaron a atender mis heridas. Con ellos permanecí ensimismado en una conversación a ratos silente, a ratos pasiva, vibrante siempre hasta que el alba marcó el principio de nuestra partida.
Los temas tratados allí, no podría decirlos aunque quisiera pues todo lo sucedido aquella noche solo puede ser señalado con palabras, su sustancia hace que no pueda ser “tocado” de la forma habitual y solo aquellos que nos encontrábamos allí podemos saber lo que era aquello. Una sola cosa quedó grabada con total nitidez en mi mente, unas palabras que resonarían mucho después de ser escuchadas, el campeón del clan nos esperaba en la escalera de bajada y nos las brindó
- Resguardaros de la lluvia.
En aquel momento, mientras pronunciaba aquellas palabras el tiempo se enlenteció y tuve la impresión de que toda su atención se centraba casi de forma exclusiva en mi.
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