Pasado el templo del Dragón dirigimos nuestros pasos a la Cima del exilio, la última ciudad antes de las arenas ardientes. Un samurai León se interesó por nuestro grupo, recibiéndonos con alegría y una abundante cantidad de saque. Gustoso nos contó su historia, la de muchos de los samurais que allí se encontraban. Un miembro de su familia, más tarde el saque nos diría a través de sus labios que era su hermano, había sido desterrado y él cumpliendo con la tradición se había quedado allí para asegurarse de que cumpliera su deber para con el clan y el imperio y no regresara.
Al borde de la ciudad nos encontramos con un par de jóvenes magistrados de clan interrogaban a una caravana de comerciantes gaijin. Los dos samurais querían impedir el paso de las carretas llenas de “esclavos” por sus tierras.
Parafraseando a Jubei “La política es el veneno de la sociedad”, por tanto pasaré por alto los tediosos entresijos de burocracia que tuvieron lugar y continuaré con la parte provechosa de la historia. La caravana disponía de todo el papeleo en orden, dirigiéndose hacia tierras escorpión. Jubei compró a uno de los hombres, el de porte más noble, para liberarlo inmediatamente.
El nombre del hombre era Din. Lo poco que conseguimos entender gracias a los comerciantes es que era una especie de guardián o sacerdote en su tierra y que ahora se creía en deuda con el grulla y no lo abandonaría hasta haberla saldado.
Su vestimenta era cuanto menos extraña. Una amplia camisa con una enorme cruz roja en el pecho, una botas de piel y una enorme espada ancha, de corte completamente recto, en forma de cruz a su espalda. Una vez cambiadas sus ropas por otras más discretas y su arma por una No-dachi proseguimos la marcha.
En el viaje a solas con él, nos cercioramos que el hombre hablaba muy poco de nuestro idioma, solo pudimos entenderle un par de nombres, uno de ellos demasiado grutal para escribirlo, el otro era el del Shugenja que andábamos buscando. Misteriosos son los caminos del Karma y misteriosos son también los oídos de los que ansían saldar sus deudas. Durante todo el camino y de forma especial me encargué de adoctrinarle en nuestro idioma del mejor método que pude, mostrándole el objeto a nombrar y repitiendo varias veces su nombre o tratando de gesticular lo máximo posible en relación a lo hablado.
El camino nos guió hasta una zona en conflicto. No citaré la zona, ni siquiera el clan o nombre de los “protagonistas” del siguiente tramo del viaje, lo que si destacaré para el iniciado en el camino es la visión del honor y del orden celestial reinante en Rokugan. Aquel que tenga los ojos entreabiertos vislumbrará parte del mis palabras, aquel que aún los tenga cerrados guardará para más adelante la enseñanza, aún cuando hay dejado de ser consciente de ella. Algunos se darán cuenta del salto temporal intencionado en la anécdota al igual que lo harán del porqué de su inclusión en este momento.
La llanura estaba ocupada por un ejercito de considerables dimensiones, apostado en su campamento a la espera de entrar en batalla. Nuestro camino transcurría cerca de la zona que era custodiada por ellos lo que rápidamente llamó la atención sobre nosotros. A nuestro encuentro salieron con presteza 3 samurais de alto rango negándonos el paso argumentando en primer lugar que aquella acción se debía a su preocupación por nuestra seguridad. Ante nuestra negativa a tales consideraciones cambiaron sus argumentos a una forma más cercana a la amenaza alegando que tenían ordenes directas y que no podían dejarnos pasar.
Tras las argucias legales propias de su posición y de la situación en si el comandante de las tropas fué condenado a pasar un día entero en completo silencio dentro de su tienda, dejando al mando a su segundo, también allí presente. El hombre obedeciendo escrupulosamente desmontó de su caballo, se despojó de los mons de su clan y se plantó nuevamente delante nuestro, esta vez como samurai ronin.
Una nueva orden de Jubei enfrentó al nuevo responsable del ejército con el ronin que nos bloqueaba el camino, siendo detenidos ambos contendientes cuando este último estaba a punto de asestar una estocada mortal sobre el samurai de clan. Sentenciando a los dos restantes al mismo castigo que al primero se consiguió una cosa, que los 3 hombres al unisono nos atacaran para defender su posición.
Poco ducho en estos términos me defendí como lo habría hecho ante cualquier atacante. El actual comandante se abalanzó sobre mi y antes de que pudiera reaccionar un duro golpe le impactó en el pecho haciéndole retroceder dolorido. Por su parte mis compañeros apenas rozaron a sus rivales que tras el primer envite se arrojaron al suelo simulando estar heridos no pudiendo continuar el combate. Mi rival se dejó caer en la hierba con el familiar quejido del que tiene varias costillas rotas, incapaz de continuar con el combate. Aquella había sido una muestra de la doble moral que mueve al deber con un clan y al de la justicia imperial.
Con los rivales “incapacitados” continuamos viaje. Cuando nos habíamos alejado suficiente de la zona una comitiva esta vez más numerosa se ofreció voluntaria para escoltarnos hasta los límites de la zona que custodiaban, claro está .
- Para evitar que se pierdan o sean atacados, su seguridad es prioritaria.
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