Un par de semanas después de la lluvia llegamos tras la pista del shugenja a una pequeña aldea. La tarde comenzaba a dar paso a la noche y nos dispusimos a ir a descansar a la taberna del pueblo en la que nos encontramos con un shugenja plantándole cara a 4 samurais.
La discursión que tenía lugar en la sala había dividido a los presentes en dos grupos, en uno los cuatro samurais enfundados en oscuras armaduras, en el otro el shugenja del clan unicornio plantándoles cara. Viendo con más calma los mons de los samurais los identificamos, aunque aquello no debería ser, los samurais eran 4 perdidos del clan de la araña, los samurais manchados seguidores de Daigotsu. El shugenja rechazó nuestra ayuda tachándola de innecesaria mientras que los perdidos se mostraron bastante más nerviosos al encontrarse ahora en inferioridad numérica. Una corta conversación con ellos nos dejó más interrogantes que respuestas y el nerviosismo de los 4 crecía hasta que atacaron.
Fueron reducidos de forma contundente y todos salvo uno perdieron la vida en los combates. El superviviente hizo alusión a un pacto de no agresión contra cualquier samurai del imperio y un pacto con los cangrejo por el cual se explicaría el porqué ellos habían llegado tan lejos de la muralla. Tomándolo como prisionero nos presentamos con al unicornio, el cual observaba con suma atención a Din. Finalmente el hombre que teníamos delante era Iuchi Katamari. Cumpliendo su misión los samurais charlaron con él y las respuestas que obtuvieron... El hombre nos confirmó que la lluvia no había asolado todo el imperio dejando tras de si muchos muertos y numerosos manchados. El clan más afectado por la misma según sus informaciones había sido el León declinándose temporalmente la “misión” de defensores del imperio a los miembros del clan Dragón, los menos afectados por ese suceso. Mucho más inquietante fue la confirmación de que el responsable de todo aquello era Iuchiban, el primer portador de sangre que nuevamente se había alzado con intenciones de sobra conocidas.
Las malas nuevas no cesaron ahí cuando confiando más en nosotros nos contó el motivo de su presencia allí. Se dirigía hacia el norte para unirse a una de las inminentes batallas pues dos grandes ejércitos de Maho Tsukai se dirigían hacia unos objetivos muy definidos. El primero se encontraba en tierras del clan menos de la Liebre, el segundo era el castillo Isawa en tierras Fénix. Katamari no sabía aún hacia cual de los dos posibles conflictos se dirigiría pero por el momento nos acompañó en parte del sendero.
El incidente que sigue en estas páginas lo dejo reflejado por su trascendencia futura en acontecimientos más que destacables.
Poco después de salir del poblado y con el perdido superviviente hecho prisionero avanzando con nosotros seguimos en dirección norte. En uno de los pueblos del camino nos encontramos con... nada. El pueblo estaba completamente desierto, las casas en perfecto estado, como si sus habitantes hubiesen partido del mismo con mucha velocidad por alguna extraña razón.
Nos separamos y comenzamos a buscar por todo el lugar algún indicio que nos indicara que es lo que había pasado allí. Con el compañero dragón a mi lado comenzamos por el templo del pueblo; lo que encontramos allí nos cortó el aliento. Toda la sala estaba llena de cuerpos apilados desprendiendo un olor nauseabundo. Me dispuse a rezar unas plegarias por las víctimas pero movimientos de la masa de cuerpos me hicieron replantearme dicha idea. De entre todo el amasijo de carne se alzaron unas manos, manos que deberían estar muertas. Poco a poco todos los cuerpos comenzaron a moverse, al principio lenta y torpemente.
De los laterales de la capilla unos ruidos de tierra removiéndose indicaban que aquellos no eran los únicos habitantes que habían decidido unirse a la fiesta. Corriendo con el grupo informamos. El Shugenja tras escucharnos entró en comunión con los espíritus de la zona señalándonos un punto del poblado como el centro de todo aquello. La decisión de si enfrentarlo solos o de continuar no se hizo demorar y nos dirigimos hacia un caserón de madera cercano a los lindes del pueblo, al lado del arrollo.
Todo el suelo presentaba un aspecto raro, demasiado grisáceo, casi podría decirse que pútrido, corrupto. En aquella casa había algo que no andaba bien. En la entrada de la misma se colocaron Din y el Iuchi para proteger la puerta ante los muertos vivientes que se acercaban desde el fondo de la calle. Hacia el interior nos dirigimos el resto. El edificio era muy peculiar, con una decoración atípica y un ambiente demasiado sombrío. Inspeccionamos toda la primera planta y nada llamó nuestra atención hasta que vimos un pequeño pasillo que conducía a una puerta de madera. Con sumo cuidado avanzamos por él. A ambos lados teníamos dos puertas de papel y mucho silencio, demasiado en silencio. Abrimos la primera de ellas... todo vacío envuelto en una oscuridad demasiado pronunciada.
La impresión de algo en mi espalda fue demasiado repentina como para que pudiera reaccionar. De el papel de la puerta había surgido una mano portando un cuchillo y a gran velocidad lo dirigió contra mi garganta. Por suerte para mi el dragón estaba en una posición más ventajosa y pudo detener el ataque antes de que me impactara. Tras el papel no había nadie, es más la integridad de la puerta no se había visto afectada por el ataque. Desconcertados decidimos espera y organizar un plan de actuación ante estas cosas, consultando al shugenja, pero mientras salíamos del pasillo hacia fuera Hirokumi prendió el papel con la antorcha que portaba y detuvo su avance ante la sorprendente reacción del fuego.
Junto con Jubei salí al jardín anexo, desde el cual podíamos ver una pequeña parte del pasillo por la puerta que habíamos dejado abierta. Al fondo, en la espesura unos ojos amarillentos relampaguearon y se escondieron entre los árboles. Cruzando una mirada emprendimos carrera hacia allí, atravesando el pequeño puente sobre el estanque de la casa. En cuanto pisamos en él un par de ruidos en el agua nos hicieron detener abruptamente la carrera. Justo a tiempo esquivamos dos ataques de unas criaturas con apariencia de león encorvado, similares a su forma a los trasgos pero sumamente veloces. Con heridas bastante serias por mi parte las reducimos y avanzamos para no encontrar la misteriosa silueta.
Los gritos del exterior indicaban que la marea de muertos había aumentado considerablemente y que pronto necesitarían ayuda para contenerles. De entre todo aquel ruido los gritos del dragón lanzando improperios contra un enemigo nos hicieron apresurarnos nuevamente para volver. A punto de entrar en una de las puertas oscuras una figura envuelta en un pijama negro recibía una pedrada del compañero que se encontraba como anclado al suelo sin mover sus piernas, haciendo extraños esfuerzos. Al llegar al papel el encapuchado desapareció. Si no fuese porque “En Rokugan no existen los Ninja” hubiese llamado a aquella figura con ese nombre.
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